Paola Aguilar Reyes
Guatemalteca. Centroamericana, integracionista. Internacionalista. Activista social, defensora de Derechos Humanos.

¿Te mueven las causas sociales o te generan curiosidad? Si tu respuesta es positiva te propongo que prestes atención a tu entorno, seas consciente de la condición y las necesidades de la sociedad y busques ser parte de un movimiento o iniciativa social. Mis primeros pasos fueron contribuyendo en mi comunidad desde niña. En ese momento, no sabía en realidad lo que estaba haciendo, pero sé que tenía voluntad y buscaba la forma de lograrlo. Recuerdo muy bien decenas de historias de personas, con quienes por casualidad muchas veces coincidimos, esas personas no recuerdan a la niña que en aquel momento se fijó detenidamente en ellas, fui testigo de realidades de la sociedad como la falta de empleo, de educación, de salud y de la violencia, por mencionar algunas.

Conocí y fui consciente de la realidad de mi comunidad a través de mi abuelita materna, ella tiene una pequeña tienda en el barrio donde vive. Con ella viví varios años y durante ese tiempo, veía cómo personas y comerciantes informales llegaban a ofrecerle diversos productos para la venta. Veía a hombres y mujeres, no había distinción de edad, ya que a veces llegaban personas muy jóvenes y también de edad avanzada.

En mi mente quedaron fijas esas imágenes, como la de aquel señor, anciano, que cargaba sobre sus hombros mesas y sillas de madera, escobas, ollas y otros utensilios más para el hogar; o aquella madre e hija indígenas que vendían verduras a muy bajo precio, incluso menor del precio del mercado comunal. Ellas cargaban sobre sus cabezas grandes canastos con estos productos, caminaban kilómetros en busca de compradores. A esas personas, mi abuelita le compraba sus productos al precio del mercado o inclusive les pagaba un poco más; no regateaba como decimos y acostumbramos en Guatemala.

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Cuando visitaban la tienda de mi abuelita, ella les ofrecía café, agua y algo de comer. Les invitaba a que descansaran en una pequeña banca que tenía en el pórtico de la tienda. Recuerdo que la banca de madera quedaba frente al jardín que tiene árboles y flores que dan una pequeña brisa. Yo le ayudaba a preparar los alimentos para las personas, y cuando esto sucedía pensaba en el cansancio que podrían sentir después de haber caminado tanto, que tenían hambre y que tenían la esperanza de vender todos sus productos para llevar sustento a sus hogares.

Otra de las historias que recuerdo muy bien, es que varias mujeres se acercaban a mi abuelita en búsqueda de refugio ante actos de violencia en contra de ellas o de sus hijos; por lo general, el agresor era su pareja. Las mujeres acudían a mi abuelita buscando apoyo emocional y consejos. Mi abuelita respondía dándoles un abrazo. Recuerdo muy bien que les preparaba un té natural para los nervios; esa es una práctica ancestral, algo que atesoramos con mucho amor y respeto de la madre tierra que siempre nos cuida. Les trataba de apoyar con víveres y, muchas veces, les ayudaba a buscar trabajo. Por la situación de las mujeres, este tipo de trabajo, generalmente, era de apoyo doméstico. Este trabajo, aunque no es el ideal, al menos les daba una oportunidad a las mujeres de generar un ingreso, las empoderaba y muchas de ellas lograron ir mejorando su calidad de vida y salir del círculo de violencia en el que vivían.

Mi abuelita no fue el único ejemplo en mi familia, tan diversa en pensamientos, personalidades y conductas, cada uno cumplía con la misión de ayudar al prójimo. Esa misión la he cuestionado algunas veces, no porque fuese mala o buena, sino porque era y es, según mi percepción, algo natural, algo intrínseco de ellas y ellos. Y es que lo hacían con lo que tenían, lo que les nacía en el momento, no le contaban a nadie, simplemente lo hacían para ayudar a quien lo necesitaba.

Los años siguieron pasando, las historias continuaban, yo crecía y seguía observando, analizando, construyendo mi propio criterio, muchas cosas pasaron durante esos años. Les contaré otro evento que me marcó. Mi papá y mi abuelito materno me pedían que les leyera el periódico, en voz alta y de manera pausada para que comprendieran de qué trataba la noticia. Me pedían que repitiera si ellos no habían comprendido lo que les leía, con ese ejercicio de leer el periódico aprendí sobre las elecciones generales del país, conocí de los partidos políticos, quiénes buscaban la presidencia, la coyuntura nacional e internacional, recuerdo los análisis que cada uno de ellos por separado.

Ellos no fueron ni son analistas políticos, sino ciudadanos que querían estar al tanto de la situación del país y del mundo; es más, recuerdo con mucho respeto y admiración a mi abuelito, quien ejerció su opinión, escribiendo columnas que eran publicabas en algunos periódicos. Hace poco lo visité y le pregunté si había guardado alguna publicación y lamentablemente, las perdió. Sin embargo, en mí quedaron grabados todos esos acontecimientos, hechos que me hacen tener una perspectiva amplia, me motivaron a investigar un poco más sobre la historia de mi país para comprender la actualidad.

Mi adolescencia fue una época intensa como la de millones de personas en el mundo. Logré autoconocerme, desarrollar mis propios gustos y cultivarlos. Desde esa época, me he considerado diversa en gustos, acciones, inquietudes, conocimiento. Al recordarlo, se dibuja en mi rostro una sonrisa porque en realidad, hasta la fecha, es un calificativo con el que me identifico. Aunque en esa época no lo aprecié como debía, ahora sé reconocer que gracias, en gran medida, a mi mamá y papá pude ser yo misma, sin que me preocuparan los estereotipos.

Estudié en un instituto público experimental, ha sido una de las mejores experiencias. Aprendí y desarrollé muchas habilidades técnicas. Recuerdo que era de las pocas mujeres en mecánica automotriz, electricidad, carpintería; no era la mejor, sin embargo, me esforzaba por conocer y demostrar que las mujeres podemos aprender y hacer estos oficios que generalmente son tipificados para hombres.

Recuerdo que usaba el cabello corto, escuchaba rock, pero cuando había bailes, yo bailaba y lo disfrutaba, mi estilo de vestir siempre fue cómodo, casual, no era el estilo de jovencita que participaba en eventos de belleza, porque no consideraba, y lo sigo pensando, que se debía elegir a una niña por belleza, así que participaba en estos certámenes para demostrar lo contrario. Me enfocaba en elaborar mi discurso, en buscar una vestimenta que me representara y así, sin ser la jovencita que completaba todos los estándares que los certámenes pedían, gané en varias ocasiones, y además recibí una mención honorífica en la clase de mecánica automotriz.

El instituto donde estudié está ubicado en una zona vulnerable del país, había varios estudiantes que pertenecían a pandillas o algunas veces fingían ser parte de una pandilla. Hasta ese entonces yo no sabía que existían, ni siquiera sabía qué era una pandilla.

Así pasaron tres años, recuerdo que una de las noticias que más me impactó fue saber que un niño, compañero, perdió la vida por ser parte de una pandilla. Aún recuerdo su nombre, rostro, su voz. Era muy talentoso dibujando, me entristece tanto saber que su vida y sus sueños fueron truncados. Tuve miedo y quería saber de qué forma podía ayudar para que mis compañeros no fueran parte de una pandilla, que mis amigas no fueran novias de pandilleros.

Al pensar por qué pasaba todo esto, logré entender que no era solamente gusto o moda de la cual mis amigos y amigas querían ser parte, sino que había algo más que eso, violencia intrafamiliar, desintegración, drogadicción, desempleo, entre muchos factores más. Eso se alejaba de mis planes de ayuda a través de pláticas y acompañamiento; sin embargo, quedó en mí la intención de ayudar a construir oportunidades para que ser parte de una pandilla no fuera una opción de vida para las juventudes.

Meses después, al comenzar mis estudios de bachillerato, me encontré con un gran desafío, no era consciente de la brecha digital. Aunque mi mamá hizo todo lo posible por comprar un computador, recuerdo que no lo podía usar, me daba miedo, puede parecer gracioso o ridículo, pero así fue. Y estoy segura de que muchas más personas, sin importar la edad, han tenido ese sentimiento.

Con muchos desafíos logré avanzar poco a poco, el apoyo de amigos fue valioso. Aunque mejoré, aún no había logrado apropiarme de la tecnología. Sin embargo, fue un gran avance. Al llegar la etapa de elegir una carrera universitaria, recuerdo que con mis amigos y amigas sentíamos mucho nerviosismo al pensar que teníamos que hacer una serie de exámenes para ingresar a la única universidad pública. Nos contaban que era muy poca la población estudiantil que aprobaba, la ansiedad nos invadía. Al elegir una carrera, recordé que de niña quería tener mi propia farmacéutica, me imaginaba de bata blanca, lentes, en mi propio laboratorio, este deseo fue truncado por miedo a estudiar una carrera difícil, por primera vez pude experimentar la brecha científica a la que las mujeres nos enfrentamos.

Busqué una segunda opción de estudios, aprobé los exámenes, y saben qué, me di cuenta de que, de veinte estudiantes de mi clase, solamente cinco, aproximadamente, sabían qué carrera universitaria estudiar, habían investigado; y de ellas y ellos, solamente tres papás y una mamá tenían un título universitario. Pasados quince años, continuamos en contacto, esos jóvenes de bachillerato, tres hombres y dos mujeres tienen finalizados estudios universitarios. Mis demás compañeros son comerciantes, emprendedores, dos de ellos migraron, uno a Estados Unidos y el otro a Europa. Esta realidad no dista de la actual.

Desde los diecinueve hasta los veintitrés años, trabajé y me aventuré; por pocos años en la universidad, estudios técnicos, me convertí en madre a temprana edad. Continuaba siendo consciente y muy perceptiva de las realidades de la sociedad, de la población. Busqué oportunidades de trabajo, pero algunas veces me decían que no podría lograrlo. Construí amistades que me acompañan a la fecha. Experimenté y desarrollé aún más la empatía, apoyar y ser parte de la construcción social desde mi espacio y posibilidades.

Busqué nuevos horizontes profesionales, y mejor aún encontré mi pasión, trabajar en proyectos de juventud, mujeres, pueblos originarios, población afrodescendiente, personas con discapacidades. Desde una perspectiva inclusiva, sin estereotipos, consciente de las necesidades especiales de cada grupo por la vulneración histórica que han enfrentado y que deben ser atendidas. Esto a través de la construcción de sociedades democráticas y garantes de los derechos humanos.

He aprendido que existen muchas más personas con las mismas miradas en la región, esa región de oportunidades que tanto anhelamos y merecemos; también aprendí que la diversidad, inclusión, integración social acompañadas en todo momento de solidaridad y empatía son instrumentos para nuestro desarrollo personal y colectivo. Cada persona tiene la capacidad de mejorar su propia vida e influir positivamente en la vida de otras.

La empatía ha sido mi mayor fortaleza, esta me ha acompañado en cada momento y escenario de mi vida. Mi cuerpo, como el de todas las personas, algún día dejará de existir; sin embargo, esa chispa de luz que intento dejar prendida en las juventudes, mujeres, hijos e hijas, en cada espacio del cual soy parte, seguirá brillando para construir una región de oportunidades, uniendo voluntades para y por Centroamérica, esta región joven, diversa, en la que más del cincuenta y un por ciento de la población somos mujeres, más del treinta y cinco por ciento somos jóvenes. Una región rica en cultura y cada uno de sus habitantes la hacemos brillar.

Nuestra región atraviesa por un proceso de integración el cual se fortalece con nuestras miradas sobre ella, somos conscientes de que la integración es un esfuerzo colectivo, intergeneracional y multisectorial, en la que la participación de las juventudes y mujeres es fundamental para el desarrollo y construcción de la democracia y paz.

Mi esperanza y esfuerzo diario es para motivar a las juventudes a fortalecer el valor de la empatía y solidaridad, ser más conscientes de las necesidades de nuestras sociedades, unir voluntades y accionar desde nuestro espacio, por nuestros países, por nuestra región.

Tenemos diversas opciones y oportunidades para Centroamérica, pero no podemos asumir una actitud conformista esperando que alguien más haga las cosas por nosotros.

Por eso, quisiera motivar a las juventudes para que nuestro propósito sea continuar avanzando con voluntad y acciones propositivas a pesar de las condiciones que la región afronta, sobre todo luego del giro sorpresivo del año 2020, a causa de la pandemia COVID-19. A partir de esto, el contexto mundial cambió situación que ha generado aún mayores desafíos y retroceso, especialmente en zonas donde el frágil avance en la lucha contra la pobreza y la desigualdad ocasiona aún mayores condiciones de vulnerabilidad. Los desafíos se han evidenciado en muchos escenarios, entre estos, personales, profesionales, sociales y estatales producto del impacto de la crisis ocasionada por la pandemia.

Conociendo esta realidad, es entonces que, como sociedades, como juventudes, desde nuestro espacio, podemos hacer cambios trascendentales, enfrentándonos a desafíos como el ejercer un rol ciudadano responsable, sumarnos a campañas y programas, informarnos y contribuir a que más personas, más mujeres, juventudes, personas con discapacidad, pueblos originarios y afrodescendientes conozcan y se sumen a la defensa de nuestros derechos. Animarnos a participar en organizaciones, colectivos y movimientos sociales. Propiciar el trabajo de académicos que desarrollen proyectos e iniciativas multisectoriales, colaborativas con enfoque integral de participación. Esto demanda la intervención de todos los actores como titulares de derechos, de obligación y de responsabilidades. Todos los sectores de nuestra sociedad tienen el reto de ofrecer soluciones innovadoras en el contexto de esta “nueva normalidad”, de forma que las transformaciones sean para aportar respuestas equitativas, justas, con igualdad y sostenibles, capaces de mejorar las condiciones y que tengan un efecto duradera; para que cada persona pueda tener una vida prolongada y saludable; puedan adquirir conocimiento; tener acceso a recursos necesarios para una vida decente, y también tener libertad política, económica, social y creativa.

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