Liderazgo político e integración regional frente al cambio climático: un desafío que amenaza el futuro de América Central y el Caribe

30/07/2022
Geovanny Vicente Romero
Dominicano. Estratega político, consultor internacional y columnista en medios de comunicación.

Era solo un niño que, como cada día, jugaba en el patio de la casa en mi natal Padre Las Casas, un municipio colocado entre verdosas montañas, específicamente en el corazón de un valle intramontano muy fértil de la Cordillera Central de la República Dominicana. La zona, acostumbrada a las lluvias, tenía otro día de esos en que la siembra de los productores se beneficiaría de esta ubicación geográfica privilegiada para la producción de alimentos. Sin embargo, este no sería un día normal, pues para los que allí vivíamos esta era una lluvia diferente, una que traería un nuevo elemento de la naturaleza —al menos para mí, debido a mi corta edad—, ya que no se trataba de una ‘lluvia líquida”, era más bien una sólida. Estaba viendo por primera vez el torrente caído de algo sobre lo que tampoco había escuchado antes, el cielo lanzaba cubos de hielo, llovían granizos.

Es probable que el evento haya sucedido alrededor de mayo, un mes muy lluvioso en la República Dominicana. Aquello fue un espectáculo que resonaba con la colisión que producía cada trozo de hielo al impactar los techos de zinc en muchas de las casas de nuestro barrio. Una travesura de los niños de mi infancia era probar (comer) un poco de la escarcha que se formaba en el congelador de la cocina. Nosotros, con un clima diametralmente opuesto a la nieve que veíamos en las películas extranjeras, especialmente en la época de la Navidad, no podíamos resistir la tentación de comparar la escarcha con aquel helado blanco inalcanzable. Al sostener uno de esos granizos tampoco vi mucha diferencia con los cubitos de hielo del refrigerador y el resto ya el lector puede imaginárselo. No fue sino hasta muchos años después en 2019 —de este año sí me acuerdo bien —, con la fantasía infantil del invierno cumplida y viviendo en la tierra de la nieve, que estando sentado en la ventana en uno de mis restaurantes asiáticos favoritos en el popular barrio Dupont Circle de la ciudad de Washington, D.C., que tuve mi gran reencuentro con aquel fenómeno de precipitación sólida. Desde la ventana, caían sobre el pavimento con la misma abundancia de las gotas de lluvia. El Déjà vu con aquella tarde de mayo en Padre Las Casas fue instantáneo.

Sin embargo, en esta última ocasión, a casi 30 años de aquel primer episodio, ya tenía conocimiento de la presencia de un enemigo silencioso que por muchos años ha venido adquiriendo cuerpo, a un nivel que ya no puede ocultarse en el plano de las leyendas urbanas o de la mitología de la cultura popular. Ya sabía que el cambio climático era real y que así lo afirmaban los expertos y la comunidad científica. Ya tenía conocimiento de que este fenómeno natural se fortalecía al estilo de una bola de nieve que aumenta su grosor con cada giro. Lo que es más importante, era testigo presencial de una señal que, aunque pequeña, era muy comunicativa: hoy hay estudios que relacionan estas precipitaciones sólidas con el calentamiento global como resultado del cambio en las condiciones meteorológicas, y por ende, el clima. Uno de estos estudios ha sido el publicada en la revista Atmospheric Research y producido en conjunto por la Universidad Complutense de Madrid (España), la Universidad de León (España) y el Centro de investigación de Toulouse (Francia), en el cual analizan los registros de granizo desde 1945 hasta 2015. Antes, era mínima la información que teníamos sobre el cambio climático, hoy es máxima la necesidad de revertirlo.

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En los últimos años, la comunidad científica ha trabajado horas extras para traernos información actualizada sobre el seguimiento a los cambios en los patrones meteorológicos que hemos estado experimentando. Solo en América Latina y el Caribe, 74% de las personas considera el cambio climático como un desafío muy serio para nuestra región, de acuerdo a un estudio hecho por Pew Center, con la participación de 45.000 personas en 40 países. Esta encuesta fue publicada en 2015, previo a la celebración de la Cumbre de Clima llevada a cabo en París, mejor conocida como la COP21. Otra encuesta de opinión internacional, esta vez consultando a las instituciones financieras, fue publicada en el año 2020 por la Iniciativa Financiera del Programa de la ONU para el Ambiente (UNEP FI) y el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), con la colaboración de la Federación Latinoamericana de Bancos (FELABAN), dejando muy claro que los bancos de desarrollo contemplan el cambio climático dentro de sus planes estratégicos como señala este trabajo titulado Cómo los bancos incorporan el cambio climático en su gestión de riesgos.

Este estudio de riesgo fue realizado con 78 instituciones bancarias de la región, las cuales en conjunto representan el 54% de los activos totales manejados por América Latina y el Caribe. Como ha señalado el CAF en su portal, “38% de los bancos incorpora lineamientos asociados al cambio climático en su estrategia y el 24% tiene una política de evaluación y divulgación de riesgos climáticos”.

Si el cambio climático impacta la economía, ciertamente afecta a la política también y por consiguiente a los grupos más vulnerables, pues las decisiones políticas en entornos económicos adversos derivan en inestabilidad. En 2014, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) compartió unos datos que indicaban que un aumento de temperatura de 2,5 grados Celsius respecto del promedio histórico, generaría que el costo económico del cambio climático llegue a promediar entre el 1,5% y el 5% del PIB de la región.

América Latina es una región que cuenta con un inmenso potencial para el desarrollo de sus pueblos y para la contribución de soluciones globales con problemas cada vez más complejos. En este sentido, en 2016 escribí un artículo publicado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), titulado: “¡Cuatro tesoros naturales de América Latina y el Caribe que necesitan tu ayuda!”, donde decía que “escondidas en las selvas, desiertos y montañas de Latinoamérica y el Caribe, yacen las claves para revertir el impacto del cambio climático. La región posee la fuente de oxígeno más grande del planeta, la mayoría de las diversas especies de fauna y flora, y varias maravillas naturales del mundo que necesitan nuestra ayuda”. Asimismo, indiqué que “el gran desafío de la presente generación es la unión de todos para salvar estos recursos preciosos que están desapareciendo rápidamente debido a los efectos de los niveles elevados del mar y los patrones climáticos extremos”.

En ese mismo orden, en un trabajo separado, publicado por CNN en 2018, bajo el título: “Una Centroamérica integrada frente al cambio climático en la Cumbre #COP24”, seguía preocupándome la necesidad de un liderazgo regional que pudiera aprovechar y ver la integración como acción necesaria para lograr una región que provea oportunidades para todos sin dejar a nadie atrás, pero sobre todo que pueda desarrollar la capacidad de colaboración y cooperación de forma conjunta para enfrentar los desafíos más urgentes de la región y colocarse en la mesa de la toma de decisiones del mundo porque es una región con potencial para aportar soluciones globales a temas como la seguridad alimentaria y nutricional pues América Latina no solo es la zona del planeta que más exporta alimentos y la que tiene el tercio de los recursos de agua dulce, también somos la reserva más grande de tierras cultivables, como ya ha señalado la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Sin embargo, a pesar del enorme potencial de desarrollo de nuestra región, no todo es color de rosa, pues como señalaba en el trabajo de CNN, “Centroamérica es una de las regiones más afectadas por el cambio climático. Algunos factores como su ubicación geográfica y la deforestación colocan a América Central en una situación de vulnerabilidad frente a este fenómeno que genera eventos naturales cada vez más feroces como el huracán María que afectó seriamente las islas caribeñas de Puerto Rico y Dominica en 2017.”

Entonces, ¿qué podemos hacer cuando tenemos la “tierra prometida” y a la vez una sentencia apocalíptica? Aquí es donde entra el liderazgo político de los países que conforman la región, pues a nivel local la adaptación ante esta amenaza depende de la responsabilidad social de cada ciudadano.

A nivel regional, para que el abordaje de esta problemática tenga resultados eficaces, los países que forman el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA) —Belize, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá y República Dominicana— deben concientizar a sus ciudadanías de la importancia de esta lucha contra el reloj y sobre la necesidad de proteger a sus comunidades vulnerables para acudir a la arena regional con el consenso nacional que se requiere para que estas naciones pueden unirse en una sola voz. Es necesario que Centroamérica sea vista como un bloque de países y no solo una latitud geográfica. La plataforma ideal para lograr este objetivo es el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA) que en sus casi 3 décadas ha venido impulsando la adopción de posiciones conjuntas en temas regionales.

La solución del problema no le pertenece a un país en específico, es cosa de todos; es un tema que afecta a lo largo y ancho de la región y se extiende al mundo entero. En 2018, los países miembros del SICA emitieron un pronunciamiento conjunto, el cual fue presentado por el delegado de Honduras ante la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático (COP24). El mensaje fue claro, Centroamérica necesita disponer de más fondos y es menester ejecutar estrategias de desarrollo sostenible amplias.

En 2020, la vulnerabilidad que Centroamérica tiene frente al cambio climático se puso de manifiesto nuevamente. La temporada ciclónica de este año ha sido considerada la más activa desde que tenemos los registros. Casi al término del año, el huracán Eta causó estragos fatales en Centroamérica y esta amenaza fue seguida por el huracán Iota. Hoy es impostergable la creación de un fondo común entre los países integrantes del SICA para la adaptación ante las frecuentes amenazas atmosféricas. Centroamérica es una región ístmica e insular que no solo debe mantener su ojo en el desarrollo de la temporada ciclónica, también debe agregar la pandemia de la COVID-19 a la lista de enfermedades endémicas que afectan a la región, como es el caso del dengue y la malaria.

La resiliencia y capacidad de adaptación frente al fenómeno será lograda, pero para eso la comunidad internacional, especialmente los administradores de fondos y deudas, deben girar su atención y solidaridad a Centroamérica para una mejor respuesta a las emergencias naturales y mayor capacidad de reconstrucción luego del evento.

Mientras el financiamiento llega y el liderazgo político regional se pone de acuerdo, tenemos que seguir haciendo las dos cosas que sí dependen de las capacidades nacionales y más específicamente, de cada uno de nosotros:

1) concientizar/educar durante todo el año a los ciudadanos y ciudadanas en condiciones de vulnerabilidad sobre el impacto de estos fenómenos; y 2) elaborar políticas públicas en materia de sostenibilidad medioambiental que integren agricultura sostenible, el reciclaje de desechos sólidos y el uso de energía alternativa. En este segundo punto se concentra el futuro inmediato — especialmente para aquellos países que han invertido grandemente en el sector turismo—, aunque no el de largo plazo que dependerá del primer punto.

Afortunadamente, en materia de integración regional todavía tenemos una luz al final del túnel. Paradójicamente, esta esperanza de unidad y fortaleza regional nos trajo un desafío global que está debilitando a nuestros países, la pandemia del coronavirus. En un trabajo para Infobae, Olinda Salguero, Jefa de Gabinete de la Secretaría General del SICA, me comentaba los esfuerzos conjuntos que la región venía desarrollando para enfrentar la COVID-19 y recuerdo muy bien sus palabras al describir la dimensión del plan que ejecutaban cuando me dijo que “esto ha sido un esfuerzo titánico y creemos que #SoloJuntosSaldremosAdelante”. En dicha columna, titulada “Comunicación política en tiempos de crisis: Covid-19 como un caso urgente de estudio”, finalicé destacando (y aún lo sostengo), que “un ejemplo para emular es el exhibido por los países del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA) que en una reunión urgente virtual de presidentes (innovando y siendo resilientes) pusieron en marcha un Plan de Contingencia Regional frente al Coronavirus por más de USD 1,900 millones”.

Ciertamente, este Plan de Contingencia Regional nos indica que si el liderazgo político regional pudo lograr consenso para la colocación de estos fondos durante la pandemia, la lucha contra el cambio climático en Centroamérica y la República Dominicana no está perdida.

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