Lo que es bueno para las mujeres, es bueno para todas las personas

03/08/2022
Judith Cury
Dominicana. Ingeniera, empresaria, propulsora de la innovación social y el emprendimiento femenino.

Soy empresaria y activista social en República Dominicana, dos roles que no se mezclan frecuentemente en Latinoamérica, la región de los excesos y las paradojas, la más desigual de la Tierra, pese a que algunas de sus economías registran importantes tasas de crecimiento.

En Centroamérica, como en el resto de Latinoamérica, quien es rico es abrumadoramente rico y quién es pobre, es lastimosamente pobre. La clase media es el jamón del sándwich, una capa muy fina, a veces tan vulnerable que bastaría con que enfermara un pariente para que la familia completa sea arrojada a la pobreza.

De los pobres, las más pobres son las mujeres, y, por ser las más pobres entre los pobres, son ellas a quienes más les cuesta la movilidad social. La pandemia del coronavirus ha agravado los problemas de la pobreza y desigualdad en la región, como lo previó el Banco Mundial, en su informe “El impacto del Covid-19 en las economías de la región” sobre Centroamérica, Haití, México, Panamá y República Dominicana.

Descargue el artículo original, léalo o imprímalo:

La coronacrisis ha tenido un impacto heterogéneo en cada uno de los países centroamericanos, dependiendo de sus distintas coyunturas políticas, economías, sistemas sanitarios, flujos migratorios y relaciones de geopolítica.

Ha sido común en todos ellos, sin embargo, que las mujeres han resultado ser el segmento más golpeado en las distintas fases de confinamiento. Más allá de la metáfora, ha sido una triste realidad el aumento de la violencia de género y de la carga de trabajos domésticos y de cuido en el hogar durante los períodos de cuarentena.

Más mujeres que hombres también han perdido sus fuentes de ingresos, por causa del mayor impacto económico de la pandemia en sectores como el turismo, el ocio, los servicios y la economía informal, donde se concentran gran parte de la población femenina económicamente activa.

Si bien todos los países de la región han sido duramente impactados, no todos han sido impactados por igual, por lo que es previsible que la recuperación económica llegará más temprano a los países con economías más diversificadas, con mayor grado de institucionalidad democrática, avances educativos y sistemas sanitarios más robustos, como es el caso de Costa Rica,

Probablemente, seguirán sus pasos en la recuperación República Dominicana y Panamá, cuyas economías ya llevaban años de crecimiento sostenido antes de la pandemia.

Con el ambiente menos hostil hacia los inmigrantes que se respira actualmente en Estados Unidos y con la reactivación de su economía, impulsada por el proceso de vacunación contra el COVID-19, es de esperarse que haya un aumento de las remesas y del intercambio comercial que oxigenan las economías de El Salvador, Honduras, Guatemala y otros países de la región.

El crispado contexto político podría ralentizar la recuperación de esos países, pero casi en cualquier escenario previsible, la región que viene deberá ser mejor que la que nos dejó el disruptivo 2020, en gran medida impulsada por el turismo y la visita de los inmigrantes a sus seres queridos en sus respectivos países de origen.

Sin embargo, dado el mayor impacto de la pandemia en la población femenina, la recuperación del camino recorrido en materia de equidad de género hasta la crisis sanitaria no regresará por inercia.

Solo una estrategia de acciones afirmativas, de esfuerzo deliberado y sistémico a favor de la equidad de género, de parte de los gobiernos y del sector privado comprometido con una visión empática de los negocios, y, por supuesto, la demanda activa de las mujeres, hará posible recuperar en menor tiempo lo que se había avanzado y acelerar el paso para alcanzar la anhelada nivelación del terreno entre ciudadanos y ciudadanas de nuestros pequeños países.

República Dominicana, la economía más potente del Caribe, tiene casi dos décadas de crecimiento económico sostenido y, pese a ello, la situación de desigualdad no ha cambiado significativamente.

Hace ocho años, yo desconocía las estadísticas sobre la situación de desigualdad de las mujeres pobres en mi querido país, pero el mundo de los negocios me llevó a entrar en contacto con ellas de una forma inesperada.

Mi interés por la capacidad económica y el estilo de vida de las mujeres se inició en 2013, al fundar la empresa “Fruta prohibida”, la primera firma de publicidad y mercadeo enfocada en el mercado femenino en República Dominicana. En ese emprendimiento empecé a conocer los datos sobre las condiciones de existencia de la población femenina del país.

Había crecido en una familia de clase media, tuve una educación en colegios y universidades privadas, por lo que he pasado gran parte de mi vida compartiendo con mis iguales o con gente de niveles económicos más altos que los de mis orígenes.

Hasta que un día la tristeza tocó mi puerta de una forma en la que no la había tocado antes. Mi hermana menor, Maggy, mi mano derecha en todo y mi cómplice de infancia, fue diagnosticada con cáncer de amígdala en el año 2012.

Cuando lo supe, el mundo se me vino encima. Quedé rota. Yo hubiese querido que la enfermedad me hubiese atacado a mí en vez de a ella. La noticia me había llegado pocos meses después de mi divorcio, con lo cual estaba viviendo simultáneamente dos procesos de duelo muy dolorosos: la pérdida de la salud de la persona más cercana de mi vida y la separación de una de las personas más importantes de mi historia.

Puesto todo el empeño de mi familia, todo el amor y muchos de nuestros recursos económicos para contrarrestar el cáncer, Maggy pudo superar la enfermedad, pero en mi pecho quedó abierta una herida que no cerraría jamás.

Me preguntaba qué habría pasado si esta enfermedad, en vez de llegar a una familia acomodada, hubiese llegado a una familia pobre. Los gastos para enfrentar una enfermedad compleja en una sociedad desigual, sin derechos básicos de salud garantizados, puede lanzar a la pobreza absoluta a una familia de clase media y arrojar a la miseria total a una familia que ya es pobre. El paciente puede morir rápidamente por la enfermedad y sus dolientes languidecer lentamente en la pobreza.

Como ocurre en la mayoría de los países centroamericanos, en República Dominicana también mucha gente nace pobre y muere pobre. Tenía que hacer algo. No podía permanecer indiferente ante esa realidad. Y es así como decido conocer las historias de nuestras mujeres, contadas por ellas mismas. Ya tenía los datos, ahora quería sus relatos. Nunca las estadísticas son tan elocuentes como los protagonistas de sus propias historias.

En junio de 2016, decidí visitar uno de los vecindarios más pobres de Santo Domingo: el barrio marginal de Cristo Rey, en la zona norte de la capital dominicana, donde incontables casuchas de madera y zinc, de unos pocos metros cuadrados, albergan a familias de hasta ocho y diez personas, expuestas a los vientos huracanados que azotan a los países del Caribe durante la temporada ciclónica, que ocurre entre junio y noviembre de cada año.

Los barrios marginales de Santo Domingo están habitados por familias trabajadoras, que solo son noticia cuando hay sucesos, cuando hombres adultos matan a sus concubinas adolescentes por el simple hecho de encontrarlas sentadas frente a un colmado; cuando el incesto y el abuso sexual infantil irrumpen la cotidianidad de sus moradores; cuando se revelan las cifras o los casos estremecedores de embarazos de adolescentes, violencia doméstica o de violaciones sexuales.

A Cristo Rey llegué solo acompañada de un chofer. Y empecé a caminar por sus calles ruidosas, al principio tímida y temerosa, tocando puertas en callejones, patios y barracones. Cualquier aprehensión inicial se fue prontamente despejando, cuando aquellas mujeres me abrían sus casas y sus corazones con calidez y una sonrisa. Pero, junto con esas sonrisas, yo pude advertir las miradas mustias y las esperanzas marchitadas de mis anfitrionas.

Ese día descubrí que mi misión en la vida sería ayudar a despertar a esas mujeres del letargo en que habían estado sumidas durante toda su existencia. No tenía ninguna experiencia en el activismo social, pero desde ese momento supe que no había vuelta atrás en ese propósito.

En septiembre de 2016, abrí las puertas de Prosperanza, con mi hermana Maggy y yo como únicas voluntarias. Subíamos fotos en nuestras cuentas de Instagram, y, poco a poco, se fueron sumando más voluntarias para donar su entusiasmo y su talento a la causa de las mujeres en situaciones vulnerables en República Dominicana.

Empezamos a impartir talleres en los barrios y en las instalaciones de Prosperanza, inicialmente enfocados en ayudar a las mujeres a fortalecer su autoestima, a despertarles el derecho a soñar y a pasar de los sueños a la acción, a través del emprendimiento económico.

Comenzamos a fortalecer en ellas lo que llamamos las tres bujías del cambio: la autoestima, la educación y las capacidades tecnológicas, porque, como ha dicho la experta en emprendimiento y pequeños negocios, Karen Mills: “A las pequeñas empresas puedes darles capital de trabajo, pero a menudo lo que más necesitan es mentoría, asesoría y ayuda en su plan de negocios”.

En los talleres de Prosperanza formamos a las mujeres para que puedan iniciar o hacer crecer sus pequeños negocios en artesanía, pastelería, costura, servicios de belleza personal, joyería, repostería y numerosos otros oficios que las empujen a transformarse en dueñas de sus destinos y líderes en sus comunidades.

Creemos que la educación es el principal motor de la movilidad social, que el emprendimiento económico es un camino a la liberación y que la tecnología es un acelerador de los negocios, de un valor inestimable en la lucha contra la pobreza y la desigualdad porque, como dijo Matt Mullenweg, el creador de la plataforma digital WordPress: “La tecnología es mejor cuando reúne la gente”.

Los medios sociales han sido aceleradores sin los cuales no hubiésemos podido llegar a miles y miles de personas en poco tiempo, especialmente a través de Instagram, sobretodo en plena pandemia. A través de esta red, impulsamos la educación en línea, anunciamos nuestros talleres, las rutas de visitas a los barrios, promovemos iniciativas sociales, proyectos de apoyo al emprendimiento, exponemos los avances en los negocios de las mujeres capacitadas y les damos voz para que cuenten sus historias como nuevas protagonistas de sus vidas.

En estos últimos cinco años, hemos impactado positivamente más de 35,000 vidas en veintiún comunidades distintas, en las distintas regiones en las que se divide el territorio dominicano y miles de mujeres a nivel internacional. Hoy en día, elegidos como referente regional latinoamericano en empoderamiento económico de las mujeres, cruzamos fronteras y hemos iniciado la apertura de Prosperanza en diferentes países de América. Para ello, hemos contado con el apoyo de cientos de voluntarias y empresas nacionales e internacionales, universidades y organismos internacionales, que han donado su talento profesional, sus redes de contacto o sus espacios para que la acción de Prosperanza se expanda a una velocidad que hasta a nosotras mismas nos ha sorprendido.

Sin que nos lo propusiéramos, nos hemos convertido, en poco tiempo, en un movimiento social de alcance nacional e internacional, que ha realizado más de 350 talleres y numerosos operativos de salud, reparaciones de infraestructuras comunitarias, de viviendas familiares y negocios a nivel nacional.

Durante estos años hemos aprendido que no hay otra manera de crear riqueza de forma acelerada en un país que no sea involucrando a las mujeres, acudiendo adonde están aquellas que necesitan nuestro apoyo, porque, de otra forma, ellas no se moverán de donde han estado, pues desconocen que otra vida es posible.

El activismo digital es muy valioso para convocar gente, sumar voluntades, exponer las desigualdades y mostrar el renacimiento de las mujeres empoderadas, pero el cambio real solo se produce como se ha producido siempre: cuando pisamos el terreno, cuando sudamos la camiseta junto con la gente que necesita nuestro apoyo, cuando acudimos al llamado del Creador para apoyar a nuestras hermanas.

En Prosperanza creemos en la suma de voluntades, en la solidaridad humana, en las alianzas con terceros y en la capacidad y vocación de colaboración entre las entidades públicas y privadas. Para nuestro trabajo, hemos contado con recursos propios, aportes de bancos, empresas, universidades y profesionales independientes, porque nada grande se ha logrado nunca en solitario.

Trabajar por la prosperidad de la mujer no debería ser una tarea exclusiva de las mujeres, sino de todos, de hombres y mujeres, porque lo que es bueno para las mujeres es bueno para todas las personas.

Impulsar la equidad de género es sinónimo de impulsar la prosperidad general. ”Si la brecha de género desapareciera, se añadiría al PIB mundial entre 12 y 28 billones de dólares en 2025. De 9.8 a 22.9 billones de euros. Este último número es la suma de la riqueza de China y Estados Unidos. Son los cálculos de Bank of America”, citados por el diario El País, de España, en el artículo “La brecha de género sale cara”, del pasado 23 de enero3.

De igual manera, mantener la inequidad de género es sinónimo de mantener un estado de pobreza. A este tenor, según el Banco Mundial, citado en el mencionado artículo, calcula que seguir manteniendo esta brecha genera unas pérdidas de 160 billones de dólares o que al ritmo actual tardaremos 257 años en suturar la herida económica.

En el libro Equality for Women = Prosperity for All4 (Igualdad para las mujeres = prosperidad para todos), publicado en 2018, los economistas Augusto López-Claros y Bahiyyih Nakhjavani establecen que allí donde hay más mujeres integradas a la actividad económica productiva, a la vida pública y a la política, y en posiciones de poder, hay más crecimiento económico y más bienestar social en general.

López-Claros y Nakhjavani refieren que aquellas regiones donde la participación femenina es una fuerza laboral en aumento, como África subsahariana y América Latina, esta participación ha sido relacionada con mejores niveles de educación entre las mujeres, disminución de las tasas de fecundidad (vinculadas a su vez con niveles crecientes de educación) y otras tendencias positivas de la economía mundial.

Es evidente, pues, el círculo virtuoso educación-equidad de género-participación femenina-prosperidad para todos. Y, por el contrario, la negación de la igualdad de oportunidades de salud, educación, protección legal y empleo a mujeres y niñas le está costando al mundo aproximadamente nueve billones de dólares por año, que representa cerca del 12 por ciento del producto bruto mundial, según estimaciones de ActionAid International5.

En palabras de López-Clars y Nakhjavani, “la educación superior para las niñas genera mejores oportunidades de empleo para ellas; mejores ingresos para las mujeres, les dan un mayor poder dentro del hogar; un mayor poder femenino en la familia conduce a su vez a mayores inversiones en salud, educación y empleo futuro para la próxima generación, todo lo cual es beneficioso para el crecimiento económico a largo plazo”.

Creemos que la lucha por la mujer es una lucha de todas y de todos, y, justamente, por eso, invitamos a todas y todos a contribuir con la ruptura de los círculos viciosos de pobreza para crear, en su lugar, círculos virtuosos de prosperidad y esperanza.

Referencias:

García Vega, Miguel Angel. (23 de enero 2020), diario El País, de España.

Lopez-Claros, A., & Nakhjavani, B. (2018). Equality for Women = Prosperity for All [Kindle Android version].

ActionAid, 2015, citado por Lopez-Claros, A., & Nakhjavani, B. (2018). Equality for Women = Prosperity for All [Kindle Android version].

arrow-left linkedin facebook pinterest youtube rss twitter instagram facebook-blank rss-blank linkedin-blank pinterest youtube twitter instagram