Cuando se piensa en el futuro sabemos que nos estamos proyectando en un tiempo y contexto distinto, nos vemos en un momento que aún no llega, pero sabemos que eventualmente lo hará. Aunque el futuro es incierto, pensar en él significa imaginar realidades distintas y encontrar excusas para creer que la vida es hacia adelante.
La visión hacia el futuro de cualquiera está condicionada por dos tiempos, el pasado, que es donde encontramos aquellas experiencias y aprendizajes que nos llevaron a ser como somos y nos dan un contexto sobre cómo llegamos al hoy; y el presente que es el tiempo en el que decidimos y construimos lo que queremos ser mañana.
Empiezo escribiendo sobre esto porque al hablar de lo que viene hacemos un ejercicio de proyección colectivo donde creamos escenarios de cómo se podría ver el futuro. Por supuesto, es imposible asegurar o predecir exactamente qué sucederá, pero con esto podemos anticipar en cierta medida cuáles son nuestras expectativas y especialmente, el impacto que ese escenario tiene sobre el futuro más probable.
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No se espera reducir la juventud a una sola expresión social ni encasillarla en categorías que excluyen a quienes no comparten ciertas características. Este es más bien un esfuerzo que busca resaltar el valor que tiene la juventud desde la reconfiguración demográfica que vive la región y su posición como actor político.
Esto es particularmente relevante para Guatemala y Centroamérica, porque estamos viviendo un cambio generacional importante, en gran parte por el bono demográfico y las dinámicas sociales que este proceso trae consigo para cualquier país, pero también por una construcción social y de identidad que ha propiciado relaciones de poder desde una visión distinta donde la creatividad de la juventud se ha enfocado en repensar las estructuras sociales y políticas tal y como las conocemos.
De acuerdo con Bas (2002) en el siglo XXI nos encontramos frente a una nueva realidad social que, dada la sensación de incertidumbre generalizada que presenta, exige que se abran nuevas vías de entendimiento tomando en cuenta tres aspectos: 1) su complejidad, 2) su dinámica y, 3) un nuevo concepto de temporalidad que se caracteriza por la aleatoriedad, es decir, la ausencia de ciclos de ocurrencia previsibles. Por lo tanto, este cambio natural de expectativas, actitudes y valores en nuestra generación se da en un contexto muy distinto al de quienes hoy están tomando decisiones y explica en gran manera las tensiones y diferencias entre ellos y nosotros.
Esto no solo condiciona nuestra visión del futuro, sino también nos obliga a reflexionar sobre este proceso de transición obligatorio en donde se dará el traspaso de esa responsabilidad a nuestra generación y cómo nos vamos a preparar para recibirla.
Aunque es imposible generalizar cómo entendemos esa responsabilidad, en mi experiencia la explicaría como esa aspiración profunda por generar un cambio para que los privilegios y las condiciones en las que crecí, así como las oportunidades que tuve, también las puedan vivir otros que no las has tenido. Estoy convencido de que yo no soy el único que piensa esto. Al contrario, creo que esa es la razón por la que una generación completa se ha movilizado a exigir que Guatemala, y la región, cambien, se muevan y se conviertan en un lugar más digno para todas las personas que viven aquí.
En medio de los procesos sociales y políticos que han experimentado nuestros países en los últimos años debemos reflexionar sobre lo que ha demostrado ser el elemento que nos permite hablar con propiedad sobre la región que viene. Este es el reconocimiento explícito al recurso más valioso que tienen nuestros países, la juventud, y su lugar en la construcción del futuro que queremos.
De esta manera, la reflexión que haré tratará de desarrollar tres elementos clave: a) Las implicaciones que tiene a nivel político el bono demográfico en países con democracias jóvenes, tomando de ejemplo el caso de Guatemala;
b) Lo que significaría el relevo generacional y el traspaso de quienes toman decisiones a una generación que ha crecido y se ha formado en un contexto diferente al de ellos y; c) El peso que tienen esta generación como actor político y el poder relativo que colectivamente puede acumular.
El bono demográfico es una oportunidad que se puede aprovechar o no. Por supuesto, depende de varios factores que el crecimiento de la población en edad productiva tenga un impacto positivo en el desarrollo económico, político y social, pero la evidencia muestra que se abre una ventana de oportunidad para cualquier país si se anticipa e invierte en la niñez y juventud oportunamente; y se generan las condiciones mínimas de bienestar que necesitan para desarrollarse. En el caso específico de Guatemala, de acuerdo con las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística (INE), este alcanzará su mayor porcentaje de población productiva (25 y 64 años) entre 2040 y 2060, y a partir de ese año la población empezará a envejecer y la distribución de la población se configurará de otra manera.
La ventana de oportunidad a la que me refiero dura 20 años en el caso de Guatemala; y realmente, nada garantiza que este cambio demográfico represente un verdadero beneficio para el país. De acuerdo con Pinto (2020) la evolución de la estructura poblacional tiene repercusiones tanto en la dinámica demográfica misma como en los aspectos económicos y sociopolíticos de una sociedad; por lo tanto, en una democracia tan joven como la guatemalteca si no se toman las decisiones correctas esto puede convertirse en una pesadilla. ¿Por qué? De acuerdo con el mismo autor, una fuerza de trabajo desempleada, cada vez más numerosa, puede alimentar el descontento y malestar social con acciones y comportamientos que pueden amenazar y debilitar la estabilidad política.
Por esta razón, si no queremos profundizar el desempleo, la pobreza y la desigualdad es necesario anticipar que la niñez y la juventud pueden ser el recurso más valioso para el desarrollo de país, pero no necesariamente serlo sino se generan las condiciones sociales y políticas que la conviertan en una oportunidad y no en una amenaza. Existe suficiente evidencia para mostrar que una sola generación puede transformar un país, pero esto exige sacrificios y tomar decisiones.
Mendoza (2020) señala que, en el caso de Guatemala, en el Censo de Población y Vivienda del 2018 la población joven censada pasó de 3.0 millones en 2002 a 4.4 millones en 2018; de la misma manera, ahora la edad promedio en el país es de 26.5 años y 54% de ellos viven en áreas urbanas. Esto tiene distintas implicaciones a nivel de política pública, pero una innegable es el peso que tendrá esta generación en el cambio social y la transformación de las estructuras y relaciones actuales de poder en Guatemala. Especialmente, por la capacidad que ha demostrado para organizarse y movilizarse a lo largo de los últimos años frente al hartazgo provocado por quienes dirigen el país y posicionarse como un actor político relevante.
Aunque se sigue discutiendo ¿qué define a una generación?, ¿cuáles son sus límites?, ¿dónde comienza una y termina otra? Las respuestas a estas preguntas dependerán del enfoque o referencia que se utilice, pero para los fines este análisis tomaremos el concepto de Zarco y Orueta (1998) que describe generación como el “grupo de personas que, siendo contemporáneas y coetáneas, presentan cierta relación de coexistencia, es decir, que tienen intereses comunes, inquietudes analógicas o circunstancias parecidas: tener la misma edad, estar situado en el mismo escenario temporal e histórico y mostrar perspectivas vitales semejantes”. Este enfoque permite evaluar la renovación en una sociedad desde su relación con la juventud.
De esta manera, aunque esta generación no ha encontrado los espacios formales de participación, y a pesar del desapego a las estructuras políticas tradicionales en el país, esta ha demostrado el potencial que tienen para asumir un liderazgo en los cambios urgentes que Guatemala necesita. Por supuesto, es necesario reconocer las limitaciones que tiene una gran mayoría de esa juventud para participar políticamente por la desigualdad y falta de oportunidades, y también que esto no es algo que se limite exclusivamente a los centros urbanos, existe una gran diversidad de expresiones juveniles en Guatemala que son muy efectivas en ámbitos más locales y comunitarios.
Entendiendo entonces que con el envejecimiento de la clase política actual tendrá que darse obligatoriamente un relevo o recambio generacional, la joven democracia de Guatemala recibirá una ola importante de nuevos actores políticos que tendrán la oportunidad de llevar una visión de país transformada e inspirada en sus experiencias y la creatividad de la juventud. Esto, por supuesto, genera tensiones entre ambos grupos ya que existe una resistencia natural de quienes hoy dirigen el país de conceder espacios y abrir la puerta a darle mayores responsabilidades a la juventud para que dimensionen lo que significa estar allí y ganen la experiencia que necesitan. A pesar de esto, es evidente que en este proceso de “transición” la juventud no será solo un espectador de las decisiones que se toman.
De acuerdo con Mannheim (1952), una generación adquiere identidad propia durante la juventud, etapa en la que se forma una personalidad, y lo que la define es el momento histórico, compuesto de los acontecimientos o conjunto de acontecimientos, que marcan a dicha generación. Es por esa razón que es importante dimensionar lo que significa ese cambio generacional en Guatemala, no puede asumirse con ligereza, ni tampoco puede verse como algo que deba suceder solo por el cambio demográfico que viviremos. Se está depositando en la juventud el anhelo y sueño de un país distinto, de un cambio en el sistema, en sus instituciones y la cultura.
Cuando se habla del bono demográfico, se valora a la juventud más por su importancia económica que por su relevancia política, esto es en parte por una percepción generalizada de que tradicionalmente este grupo no está tan interesado o no tienen gran participación a nivel de los espacios políticos tradicionales. Ahora bien, en el caso de Guatemala esta percepción cambia si se ve esta generación desde las movilizaciones ciudadanas que han ocurrido en los últimos años y toda la organización ciudadana que la ha seguido hasta 2020, de esta manera no solo se evidencia el peso que tiene la juventud como actor político en el país sino muestra su resiliencia dado el entorno poco favorable, y muchas veces hostil, en que actúa.
Aunque en Guatemala la juventud no ha sido prioridad para la clase política, incluyendo a los partidos políticos, recientemente han recibido una fuerte presión sobre ellos ya que esta generación ha demostrado tener la capacidad de acumular colectivamente una cuota de poder importante. Esta presión ha sido para ser escuchados, reconocer sus habilidades y tener la experiencia que necesitan para participar efectivamente a nivel político. Para que esto suceda es necesario que el tomador de decisión diseñe políticas públicas que respondan a los intereses de esta generación y la reconozca como un sujeto político.
Si bien no es posible generalizar que todos los jóvenes comparten las mismas características en una generación, se debe reconocer que la juventud no es grupo homogéneo y existen grandes diferencias en él ya sea por género, origen, etnia, etc. Por lo tanto, no se espera reducir en este artículo a la juventud a una sola expresión social ni encasillarla en categorías que excluyen a quienes no comparten ciertas características. Esto es más bien un esfuerzo que busca resaltar el valor que tienen la juventud desde la reconfiguración demográfica que vive la región, tomando de caso a Guatemala, y su posición como actor político.
Esta generación no solo abrazará una agenda que transforme las estructuras que han generado la desigualdad que ha vivido, sino que se convertirá en la oportunidad y esperanza de un cambio social progresivo y sostenible en el tiempo. El relevo generacional llegará en unos años y estaremos preparados.
Álvarez, C. (2018). La perspectiva generacional en los estudios de juventud: enfoques, diálogos y desafíos. Santiago: Universidad de Chile.
Bas, E. (2002). Prospectiva: Cómo usar el pensamiento sobre el futuro. Barcelona: Ariel .
Mannheim, K. (1952). The Problem of Generations. Nueva York: Paul Kecskemeti.
Mendoza, C. (12 de junio de 2020). Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! . Guatemala, Guatemala, Guatemala.
Pinto, G. (23 de noviembre de 2020). El bono demográfico en América Latina: El efecto económico de los cambios en la estructura por edad de una población. Obtenido de Universidad de Wisconsin-Madison: https://ccp.ucr. ac.cr/psm/13-2-8/13-2-8.html#sdfootnote1sym
Zarco, J., & Orueta, A. (1998). La idea de generación. Una revisión crítica. Sistema.