No recuerdo el día que se inició, solo el día que terminó. Desde la infancia fui víctima de abuso sexual por parte de un miembro de la familia. Esa persona, además de robar una parte de mi inocencia, generó confusión, temor e inseguridad en mi mente y cuerpo. Por muchos años, el dolor más pesado no fue el abuso, era el sufrimiento que podría ocasionar si yo hablaba de lo que estaba ocurriendo. Al cumplir 14 años tomé la decisión de hablar. Esto ocasionó una ruptura en mi familia y solo quedó mi núcleo familiar: madre, padre y hermana. De acuerdo con los Derechos de la Mujer (2017) la mayor parte de las víctimas que sufren violencia sexual son menores de edad y representan el 83% de casos de violación del total de 2,664 agredidas.
Siempre pensé que la culpa y la responsabilidad de la separación de mi familia era del abusador y, erróneamente, mía. Después comprendí que es deber de cada miembro e individuo tomar una decisión y tener la capacidad de afrontar la noticia. Desafortunadamente, pareciera mucho más sencillo dar la espalda a la víctima que actuar ante la adversidad.
Cada víctima tiene una historia diferente, pero siempre tendrán algo en común: resiliencia, valentía y perseverancia. Sin embargo, en esas horas, días o años tormentosos esas palabras se observan al final de un túnel que parece imposible de cruzar. La angustia invade el alma, la debilidad entumece el cuerpo, el miedo crece imposibilitando alzar la voz. La suciedad y la culpa visten la mente, los susurros se vuelven gritos de amenaza y con cada paso el piso tiembla. Los sentimientos son infinitos y válidos pero la percepción del exterior pareciera etiquetarse con simples preguntas que manchan la verdad: ¿Por qué no dijo nada antes? ¿No estará confundida? ¿Qué habrá hecho para provocar esa situación? ¿Por eso es bisexual? ¿Por eso es asexual? ¿Por eso es hipersexual?
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¿Por eso es depresivo? ¿Por qué sus papás no le enseñaron a protegerse? ¿Esa es su manera de llamar la atención? En el momento en que señalamos a la víctima estamos perdiendo de vista las decisiones del agresor. No hay ningún motivo justificable o permiso razonable para abusar sexualmente o violar a una persona.
El silencio de las víctimas de abuso sexual no debe ser visto como sinónimo de cobardía. Al contrario, el coraje los impulsa a continuar con el ritmo de vida cuando el techo se les cae encima y el peso incapacita sostenerlo. Así mismo, la fortaleza quizá tenga dos caras, quizá la motivación más grande para recurrir a una denuncia no sea salvarse a sí mismo, pero sí tener la oportunidad de salvar a futuras víctimas. Es una oportunidad de tener la esperanza para que nadie tenga que sobrellevar esa misma áspera piedra que te impidió florecer. Una reflexión que les impulsa a actuar es: “No soy la primera víctima, y no seré la última si no tomo acción.”
Al estar en una jaula, el único escape es salir, aunque las cadenas te tengan atado, si hay una salida hacia la puerta de la libertad. El primer paso es hablar. Según informa ONU Mujeres (2020), menos del 40 por ciento de las mujeres que experimentan violencia buscan algún tipo de ayuda. Muy pocas recurren a instancias formales, como la policía, los servicios de salud o instituciones no gubernamentales. Menos del 10 por ciento de quienes buscan ayuda acuden a la policía.
La debilidad mental puede impedir hacer una denuncia. No obstante, se puede recibir ayuda profesional y médica antes de proceder a cualquier proceso legal. Al respecto, Médicos sin Fronteras (2019) menciona que si el agresor se encuentra dentro del hogar de la víctima esto puede llegar a ser una limitación que impide que la víctima se presente, debido que en muchas ocasiones puede haber dependencia económica. Incluso, otra barrera es el estigma sobre el abuso sexual dentro del país. Otras víctimas creen que deben presentar un informe policial oficial para recibir atención médica, lo cual es preferible, pero no obligatorio. La sobreviviente de una agresión sexual recibirá atención integral independientemente de la situación.
En 2020, Honduras atravesó múltiples dificultades provocadas por la pandemia de la COVID-19. El sector de salud y el económico se han visto gravemente afectados, lo que ha aumentado el riesgo de violencia sexual y doméstica debido al confinamiento. Desde enero al 13 de noviembre de 2020 se reportaron 97 casos de violencia sexual contra niñas y mujeres en el país, 17 casos de violaciones sexuales en septiembre de 2020, 9 de ellos contra niñas menores de 15 años. Los riesgos se incrementan en situaciones de emergencia como la que se dio con el paso de los huracanes Eta e Iota que han provocado inmensos daños en el país, dejando a muchas familias sin hogar y medios de vida, obligándolas a ser trasladadas a albergues temporales donde ya se reportan 2 casos de abuso sexual y 4 en investigación (IDEM, 2020).
Es tiempo que los jóvenes comprendamos y gritemos en voz alta que los niños y hombres también sufren en silencio siendo víctimas de abuso sexual y violación. Durante el año 2017 en Honduras, se reportaron al menos 9 delitos sexuales por día. En el mismo año, el 83% de las denuncias fueron realizadas por mujeres y un 13% por hombres. Es decir, que 1 de cada 10 denuncias son hechas por víctimas del sexo masculino. Me parece necesario y preocupante recalcar que la mayoría de las víctimas masculinas no denuncian estos crímenes o no hablan de ello con familiares, por lo que las estadísticas podrían estar incompletas. Esto se debe a la presión social y la cultura machista en el entorno del país. Es por ello que las interrogantes o afirmaciones negativas apoyan al estigma, “¿No se supone que los hombres son más fuertes?”, “Solo los hombres débiles lloran”, “Eso solo le puede pasar a las mujeres”, “¿Por eso actúa como homosexual?”, “¿Por eso le gustan los hombres?”, “¿Cómo es que no pudo defenderse?”, “Para dejarse seguramente le gustó”. Es vital reforzar la salud mental y educación sexual en hombres, así como se realiza en mujeres.
La principal causa por la cual las víctimas de violencia sexual no denuncian estos crímenes es debido a que no hay conocimiento suficiente para solicitar ayuda a las organizaciones que se dedican a atender este tema, ni tampoco del proceso que se debe seguir ante las autoridades. Todas las denuncias se deben hacer ante una autoridad o instancia de gobierno como el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos (CONADEH), Dirección Policial de Investigación (DPI), Juzgados en su departamento, Línea de Emergencia de la Policía Nacional 911, Ministerio Público, Fiscalía Especial de la Mujer, Oficina Municipal de la Mujer y cualquier Posta Policial más cercana, en el caso de Honduras.
Se debe dar énfasis a la importancia de acudir a profesionales de la salud después de un abuso sexual. Desafortunadamente, debido a la falta de información y las barreras físicas, sociales y culturales que se enfrentan, la mayoría de las víctimas llegan más de 72 horas después de ocurrido el asalto. Esto es importante debido que durante ese período de tres días se pueden prevenir enfermedades e infecciones de transmisión sexual, como el VIH. Una víctima de violencia sexual puede buscar atención médica en centros de salud, hospitales y unidades de salud donde existen servicios para estos casos, como la organización internacional Médicos sin Fronteras, que cuenta con un servicio de terapia y psicología para ayudar a las sobrevivientes a sobrellevar el trauma causado por un abuso sexual. (Médicos sin Fronteras, 2019)
La violencia sexual es un delito grave que atenta contra la libertad, dignidad e integridad. Muchas víctimas de agresión sexual no presentan su denuncia inmediatamente. Si este es el caso, se debe saber que siempre se está a tiempo de denunciar, aunque hayan pasado semanas, meses o incluso años. Ante el delito de la agresión sexual, la denuncia es un derecho que todos podemos ejercer. La mayoría de los violadores cometen agresiones sexuales de manera repetida y atacan a diferentes personas a lo largo de su vida. Si se realiza una denuncia, se puede prevenir que otras personas pasen por lo mismo. Hablar de lo sucedido o presentar una denuncia, permite a la víctima retomar parte del control y poder que una vez le robaron.
Existen muchas Instituciones no Gubernamentales a las que cualquier persona que sufra algún tipo de violencia sexual pueda buscar ayuda: Centro de Derechos de Mujeres, Centro de Estudios de la Mujer - Tegucigalpa, Comité de Mujeres por la Paz, Visitación Padilla - Tegucigalpa, Consultorios jurídicos gratuitos de las universidades: Universidad Tecnológica de Honduras (UTH), Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), Universidad Tecnológica Centroamericana (UNITEC), Centro Universitario Tecnológico (CEUTEC), Universidad Católica de Honduras (UNICAH), Las Hormigas en Intibucá, La Esperanza y otras organizaciones de mujeres dentro del país.
Estos temas nunca deben ser olvidados, ni manchados por los medios de comunicación o tergiversados por la boca de los demás. La realidad del abuso sexual y violaciones en Honduras es alarmante. Los proyectos y campañas en las que he podido liderar y apoyar como #LuchoPorEllas y la expresión en el cortometraje que dirigí y escribí “Querida Sociedad” me han permitido conocer la fuerza de las voces cuando se unen, llegando a impactar en las víctimas que sufren en silencio. Agregando también, la importancia del arte como liberación y psicoterapia dentro de nuestra sociedad. Estoy consciente que detrás de cada logro hay una historia de lucha y fracasos. El poder que se necesita está en uno mismo. La revolución empieza por dentro y se traslada a las naciones.
En Honduras, es una lucha constante poder realizar la anulación del artículo 209, entre otros, del código penal, el cual no se ha podido derogar hasta el momento. Dicho código, reduce las penas a los agresores que abusen de mujeres o niños, estos pueden llegar a pagar la pena con trabajo comunitario o fianza para salir completamente libres. Esto es apoyar al agresor y poner de lado a la víctima. Sin embargo, estas actividades permiten concientizar a las personas de generar un cambio positivo en el país, dejando como resultado una huella valiosa y fundamental para lograr resultados de valor.
El aumento de la tecnología ha afectado positivamente a nuestra sociedad. El fácil acceso a la información nos permite conocer diferentes perspectivas que se deben respetar, aunque no se compartan. El mayor reto como sociedad es la capacidad de tolerancia, empatía y respeto hacia los demás. Es comprender que las personas no somos estereotipos, ni tabúes, ni categorías, independientemente del sexo, religión, origen étnico, tradición, orientación sexual, estatus social o nuestro aspecto físico. Cada ciudadano tiene la responsabilidad de nutrirse con la educación independientemente de las limitaciones, por el cual la búsqueda constante de crear o participar en proyectos sólidos, influyen directamente con nuestro aporte a la región.
Honduras se ha enfrentado a un año con muchas dificultades y actualmente se encuentra en una crisis política y económica; sin embargo, tengo esperanza y pongo mi confianza en que los jóvenes son el futuro del país. Los momentos de adversidad obligan a los ciudadanos responsables a reflexionar que necesitamos ser el cambio, ser promotores de movimientos y activistas que impulsen el desarrollo del país. Debido a la gran transformación digital, los jóvenes tienen la oportunidad de estar más informados y concientizados con temas que antes se consideraban tabúes. Es por ello que la mente de los jóvenes está puesta en movimientos y luchas constantes que promueven la empatía social y el altruismo.
Cuando la sociedad está unida, la fuerza se duplica, las ideas se triplican y los resultados se hacen infinitos. Los jóvenes de hoy y mañana luchamos por nuestra tierra, el medio ambiente, el feminismo, movimientos antirracistas, derechos de los pertenecientes a LGTBQIA+, y muchos más. Estoy comprometida a inspirar a través de mi voz a la comunidad juvenil que aspira a dejar un granito de arena o una huella en la tierra de Centroamérica.