Un día común y corriente de 2019, vi en Instagram una publicación de la educadora sexual dominicana, Elaine Feliz, quien entrevistaba a la abogada Carolina Santana, sobre la vulneración de nuestros derechos. Durante la intervención, Santana explicaba acerca del “adultocentrismo”, concepto que hasta hoy tengo siempre presente.
El adultocentrismo lo defino como un sistema que limita la participación de la juventud en temas claves de la sociedad. Es una forma de percibir a los jóvenes, por parte de los adultos, como personas que aún no tienen la capacidad para incidir en decisiones, con sus ideas y opiniones. Es una forma de subestimar a la juventud por parte de las personas que ocupan cargos y espacios de poder; lo que se convierte en un impedimento para la innovación.
Creo que la juventud ve limitada su capacidad de actuar porque hay adultos que impiden su desarrollo. Sin embargo, podemos usar los espacios que tenemos disponibles para incidir y expresarnos. Como comunicador fui parte de un movimiento social, a través de la plataforma digital de medios y entretenimiento Revoltiao, en República Dominicana, en la cual comencé mi carrera, desde la pasantía.
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En la plataforma digital, comencé a introducir la política como parte del contenido, porque no existía una mirada juvenil en los medios de comunicación, que estuviera informando sobre estos asuntos, y más, de manera interseccional. Siempre fue sobre corrupción o dirigidos al gasto público, tratados por periodistas de larga data y de visión adultocentrista. Inicié dando unas pinceladas sobre estos temas, pero desde un enfoque de interés para la juventud, como lo es la orientación sexual, el género, el racismo y juventud en general; y nunca pensé la incidencia que iba a tener.
Para estos formatos, usaba recursos como videos y fotos, mostrando la osadía de los políticos contra las minorías, cosa que los medios tradicionales no focalizaban. Mis publicaciones comenzaron a generar engagement. Tanto, que tengo publicaciones con más de 2,000 comentarios. Eso, me hizo entender que había una juventud que sí estaba interesada en los asuntos públicos. Uno de mis más bellos y fructíferos trabajos fue el de una campaña para explicarle a los jóvenes la ola de protestas que estaban sucediendo en algunos países latinoamericanos como Honduras, Haití, Bolivia y Chile. Por supuesto, también abordaba problemas de República Dominicana.
También, usé el recurso del meme, por ejemplo, para llamar la atención de la juventud sobre la idea de que en República Dominicana pasa de todo, pero al final nadie hace nada. La gente estuvo atenta y coincidía en que no hacemos nada por nuestro país.
Desde finales de 2019 y a lo largo del 2020, tras un tiempo publicando sobre política y sociedad, con la idea de abrir los ojos de los usuarios que me siguen y viendo que sí había una juventud atenta, adopté oficialmente la línea de la denuncia social que ya venía trabajando, pero no en la exigencia de derechos, sino con su exposición.
En 2020, a raíz de la suspensión de las elecciones municipales (debido a problemas con el voto electrónico), convoqué a protestar en la Plaza de la Bandera, frente a la Junta Electoral Central. a través de mis redes sociales y la de otra emprendedora dominicana.
Al llamado llegaron primero 300 personas; al día siguiente 500; al otro día fue incontable. Además, se sumaron a la protesta ciudadanos dominicanos residentes en 33 países. Ellos se manifestaron desde sus lugares de residencia. Fue la protesta más grande de República Dominicana. Yo estuve publicando en la cuenta de Instagram de Revoltiao a través de varios formatos, explicando y contextualizando lo que estaba sucediendo, para que la juventud estuviese enterada de toda la situación y se involucrara.
Con esta experiencia, pude ver cómo Revoltiao se convirtió en un medio de comunicación notorio, dirigido hacia la juventud y con una creciente incidencia en la opinión pública nacional; a través de la cobertura de diferentes asuntos de interés país, utilizando el recurso de la denuncia social.
Como comunicador, venía asumiendo el rol empírico de leer y aprender para hacer un periodismo que se advocara fielmente a los derechos humanos, siempre que los tratase, a favor de evitar malentendidos y como parte de mi responsabilidad social de visibilización y denuncia de las situaciones que afectan a grupos en condición de vulnerabilidad o históricamente excluidos.
Recuerdo que, en enero de 2020, un grupo de candidatos a diputados y senadores, que se promovían y presentaban como “jóvenes” ante la sociedad, pactaron con la Iglesia muy sonrientes, delante de cámara y con las manos alzadas, con el objetivo de “mantener un compromiso” que no afectara sus intereses en conjunto. Esos compromisos eran ir en contra del aborto por las tres causales y el matrimonio igualitario. Todos los medios hicieron suya esa noticia, pero no redactaban ni transmitían el mensaje correcto: el rechazo, la desigualdad, la homofobia y el machismo
Publiqué. Pero, publiqué la realidad. A partir de allí, era la primera vez que generaba una interacción tan exorbitante que duró varios días en la palestra y afectó la reputación de esos candidatos con mensajes como: ¡Ya sé por quienes no votar!”, cual pregón escrito, fue el más pronunciado por los usuarios. A partir de allí, recibí llamadas de políticos; además, me felicitaron y hasta hubo debates, a través de los comentarios en redes, por mensajes directos o en privado. Amigas y amigos que me decían: “Julio, esto se está hablando en todos los grupos de WhatsApp” y el hecho se había extrapolado a Twitter; en fin, había hecho algo que ningún periodista, cuando estudia, sueña alcanzar: incidir en la opinión pública.
Sin querer, había comprobado varias teorías de comunicación que aprendí en la universidad. No me lo creía. Mi noticia publicada en el Instagram de Revoltiao había generado más de 2,500 comentarios en día y medio. Fue ahí cuando aterricé mi amor al periodismo, las audiencias y lo que con ellos se puede alcanzar; cosa que ya venía haciendo, pero sin el efecto que jamás pensé lograr. Aun así, los políticos mantuvieron su posición y no cambiaron de parecer hasta tiempo después, pero; por otro lado, mi medio se había hecho notorio frente a las audiencias: ya tenían un concepto de qué somos y se le sumaba un fenómeno más: el activismo, un privilegio poco común que los usuarios nos otorgaron mientras secundaban lo que publicaba.
A partir de allí me di cuenta del poder de las redes sociales y cómo un medio puede alcanzar notoriedad. Esto significa una gran responsabilidad con tu audiencia y con la ciudadanía. No obstante, también me di cuenta, por esos candidatos, que la juventud—y su pensar—no es cuestión de apariencia, sino de mentalidad, al ver que estos apostaban a su físico y edad como recurso para atraer votos, pero con la intención de mantener la hegemonía y conservar los mismos males que nos mantienen en el letargo que mencioné previamente.
Unos meses después de las masivas protestas, hice un llamado a la atención hacia las universidades dominicanas, las cuales no querían cambiar a modalidad virtual al momento en que la COVID-19 estaba empezando a esparcirse en el país, en reclamo por los estudiantes. Más tarde, expuse el sistema de maltrato que existe en la comunidad estudiantil de Medicina al momento de especializarse en sus carreras. Todas estas acciones me han permitido “llevarle la contraria” a la adultez. ¿Que cómo lo mido y sé que voy por buen camino? por la gran interacción que he logrado con las audiencias, lo que estas me replican y mis intervenciones a la opinión pública.
Conozco mi condición y mi profesionalidad. Tengo el reconocimiento discreto de mis profesores, allegados, amigos y quienes saben que hago periodismo y me subvierto a través de Revoltiao, pero no todo es color de rosa, y en este caso, sucede con los parientes. Puede sonar mal—ya que vivimos en la burbuja de que “lo malo llega por las amistades traicioneras, el trabajo o los amores”—, pero no hay cosa que pueda atrasar más que la familia y lo peor de todo es que puede ser un daño silente o inasumible.
¿Por qué lo digo? Porque como comunicador con licencia, aún mi padre no me reconoce como trabajador. No reconoce mis logros ni proezas, por el simple hecho de que no genero ganancias, ya que esa es la vida del periodista que trabaja correcta, ética e independientemente. Y no lo culpo, su educación y su generación entiende que las ganancias son monetarias, no de otra índole.
Por eso mi mayor consejo e invitación para la juventud centroamericana que me lee, es “hacer”. Teniendo la responsabilidad sobre nuestros actos y entendiendo, siempre, que nuestras acciones y actitudes son las que escribirán sobre nosotros, lo que somos y lo que fuimos. El adultocentrismo está afuera y no hay que esperar a ser joven para notarlo. Empieza desde nuestras casas y es nuestro deber afrontarlo.
Me siento orgulloso de ser parte de una generación que no se queda callada y que no se deja pisotear. Esa que aprovecha las redes para alcanzar a las masas, para lograr el bien común. A mí me toca a través del periodismo, el diseño y la estrategia de contenido, pero tú, desde tu espacio, puedes ser un ente de transformación, que incite y provea las herramientas necesarias para tratar de erradicar los males que acongojan la sociedad.
Te invito a aprovechar el estado del espíritu en que te encuentras: la juventud, y que esta no solo se valga de lo físico, sino de lo mental. Te animo a utilizar cualquier espacio para expresarse.
En Centroamérica deben fortalecerse redes de periodistas y jóvenes líderes que puedan colaborar entre sí, en un proceso que cuente con el respaldo internacional para aumentar la presión. Además, los adultos deben dar cabida a la juventud y sentarse a conversar con los jóvenes. La juventud es la que decodifica los signos, la que desmonta los sistemas.
Los adultos en puestos de toma de decisión deben dar cabida a la juventud y sentarse con jóvenes a conversar; involucrarse en espacios donde haya juventud para que conozcan sus visiones, para preguntarles, para escucharlos y para desaprender, a partir de estos encuentros.
La región necesita la presencia de más jóvenes en los espacios de decisión. Pero si los adultos no se acercan, los jóvenes debemos meternos, interrumpir, tener presencia que escuchen nuestra voz, nuestras peticiones.