Asumir el cargo de rector en la escuela parroquial de San José Villanueva fue uno de los retos más grandes que he tenido en mi labor sacerdotal. El desafío fue más retador, ya que implicaba administrar una institución con más de mil estudiantes, y además ser el párroco del mismo municipio.
En este período tuve muchos combates, pero también cinco años de aprendizaje; ahora puedo decir, con mucha alegría, que hice un aporte especial al municipio, pero ciertamente que no lo hice solo, sino junto a un equipo pequeño en cantidad, pero grande en visión; junto a ellos entregamos una escuela distinta, y con identidad. Generamos un legado que esperamos se pueda conservar y seguir expandiendo.
Pero yo sé también que no se puede vivir solo del pasado, sino que habrá que seguir luchando por ser luz. Hace dos años comencé mi trabajo en Mejicanos; ahora soy el párroco del cantón San Roque y Vicario foráneo de la vicaría Monseñor Luis Chávez y González. Acompaño once parroquias y, el arzobispo me ha solicitado, además, crear una nueva escuela parroquial. El reto humanamente me supera, así que pido a Dios su luz para poder sacar adelante una iniciativa que, pretende ser respuesta, a uno de los cantones considerados como de los más violentos de la capital salvadoreña.
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Para lograr esto, hemos creado una asociación, llamada ACASOBI de El Salvador (Asociación Católica Solidaria para Bienestar Social de El Salvador). Con ello, pretendemos tener cierta libertad para actuar y gestionar los recursos necesarios y montar una obra como esta. Los socios de ella son cristianos comprometidos con el bienestar de todo el territorio parroquial, agentes de cambio social, líderes comunitarios, junto a personas profesionales, que bien acuerpados pueden generar un impacto real y positivo alrededor de la parroquia. Lo nuestro en palabras pastorales es la evangelización, y la evangelización en términos más fáciles de comprender significa: la promoción humana de la persona.
La Iglesia está comprometida con la humanidad misma y sabe que solo promoviendo la educación, los valores y generando conciencia en el país y en este caso, la región, puede salir adelante.
Los desafíos más grandes para mí son los siguientes: la pandemia que ha frenado muchísimas gestiones y nuestro trabajo de campo; el revanchismo existente a nivel político que no genera lazos confiables entre los entes públicos y sociales para crear alianzas y lo difícil que es, en El Salvador, la creación de escuelas parroquiales. Pareciera que la administración pública no quiere dejarse ayudar, ninguna administración pública es omnipotente y tampoco se puede creer en un reductivismo, donde la educación es visto como un mero local físico renovado y pintado con el logo oficial.
Considero que nos hace falta “asumir una apertura mental” para intercambiar ideas y generar diálogos. Debemos admitir que estos son los elementos esenciales que no pueden faltar en la construcción de la democracia y sobre todo de una sociedad.
Pero no podemos olvidar que el país y toda la región vivió un conflicto armado y una guerra civil, que sigue generando secuelas. Por esta razón, considero, que hace falta educar más en la tolerancia, aprender a escuchar, y poder llegar a consensos donde todos se puedan sentir involucrados. ¡Apertura! Y para esta apertura, haría falta recordar nuestras raíces, nuestra historia, nuestras luchas, aprender de nuestros errores, fortalecer nuestros valores patrióticos, y tener la valentía, de generar una “cultura del encuentro”, trazarnos nuevos retos, reconocer que juntos seremos más fuertes, logrando un desarrollo digno de imitar. Con esta visión la región logrará “desaprender” el paradigma violento y cerrado que la ha caracterizado y que necesita superar.
Yo doy fe de que este “desaprender” se puede lograr a través de las escuelas parroquiales erigidas en los cantones más remotos y violentos; no así en las escuelas públicas que tienen de manera inherente otras trabas, como el mal pago de los docentes que convierte el magisterio en un modus vivendi y no en una vocación. La educación pública requiere mayor autoridad, la Ley LEPINA (Ley de Protección Integral de la Niñez), debe brindar mayor autoridad al sistema educativo. La escuela pública debería de ser la niña de los ojos de toda la sociedad: Estado, padres de familia y líderes comunitarios, pero hemos dejado solo al Estado y este también se ha posicionado como el único autor principal de la misma sin lograr generar aún un cambio sustancial.
En mi experiencia como sacerdote y como docente auxiliar en escuelas públicas, título que no es oficial, sino más bien un trabajo en el fomento de valores, me he encontrado con centros educativos que han perdido el norte; no quisiera generalizar, porque sé que siguen existiendo maestros de buena cepa, pero contados como tesoros escondidos en medio de un vergel. En la gran mayoría de estos centros se tiene temor al joven estudiante pandillero por las represalias que estos podrían tomar en su contra, al llamarles la atención por alguna falta. A ellos no se les exige, no se le enseña y se les admite, incluso, actos ilegales por temor y porque los docentes carecen de herramientas legales para atender o corregir esos comportamientos. La Ley LEPINA1 que mencioné con anterioridad debería someterse a análisis con el fin de dotar de herramientas a los maestros.
Mi aporte como gestor de proyectos educativos pretende ser el de una educación resiliente; la educación del nuevo siglo debe asistir a la generación que viene, dotando de cultura a las comunidades violentadas y marginadas, provocar un deseo fuerte de cambio en la juventud y sobre todo crear oportunidades para ellos. Por lo tanto, necesitamos trabajar en común, dejar de utilizar la política como trampolín y crear verdaderamente un estado de derecho sostenible, que tenga como urgencia primera el desarrollo de nuestros pueblos. Por eso mismo creo que esta es la oportunidad que los jóvenes estábamos esperando, es el momento de convertir esta fuerza juvenil en un tanque de pensamiento; si la revolución comienza con ideas, hagamos una revolución cultural y transformemos la región a través de la educación.
Quisiera que estas líneas se leyesen desde una perspectiva vocacional. Cada uno de nosotros nace con grandes dones, carismas y capacidades. Pero hace falta facilitadores que estén a la par aplaudiendo nuestros logros o corrigiendo nuestros errores. Para mí los maestros son como los grandes “caza talentos” o como los grandes investigadores que descubren algo grande, pero en bruto, que necesita tiempo y mucha paciencia hasta llegar sacarle el brillo interno, en este caso que emana de la persona misma que es única.
Generar una cultura vocacional en los centros educativos nos ahorrará muchos problemas sociales; lo digo porque muchos de los jóvenes que ahora marchan sin rumbo, o incluso han delinquido ya, además de asumir las dificultades mismas que puedan tener en el seno de su hogar, han sentido la necesidad de pertenecer a algo, de identificarse con algo, y seguramente que hasta el sol de hoy no ha encontrado una “tribu real” que le muestre el camino.
No se puede permitir la injerencia de un Estado paternalista, sino reforzar la idea milenaria de la tríada educativa. La educación debe surgir de la combinación del Estado, de la familia y de la promoción del estudiante.
La educación debe tener esa inspiración vocacional, que le ayude a uno mismo a descubrirse como ser único, y, por tanto, con la capacidad suficiente de aportar algo único al mundo. En lo personal me anima lo que muchos colegas consagrados pueden lograr, de hecho, se puede tener un impacto positivo de tallas mundiales. En el año 2019 se entregaba el Global Teacher Prize, el premio nobel de educación a Peter Tabichi, hermano franciscano elegido entre diez mil profesores nominados de 179 países. Anima muchísimo descubrir el impacto que pueden tener los esfuerzos educativos, resulta fascinante cómo ese hombre de Dios ha llevado a Kenia, y ha puesto en la palestra educativa a un continente que siempre se ha visto, y presentado como necesitado de la caridad de otros países más desarrollados. Este hombre es un gran ejemplo para los que estamos luchando por mantener vivas estas escuelas de escasos recursos, pero que son al mismo tiempo determinantes en el impacto social donde procuran mantenerse fieles a su inspiración.
Ciertamente que esa visión vocacional será determinante también para vencer la apatía de las nuevas generaciones. Los maestros no tienen nada fácil su trabajo, están luchando contra el invento más novedoso que acapara la atención hasta de los mayores. Las tecnologías no son algo dañino para la humanidad, pero hace falta, como todo en esta vida, aprender a utilizarlas como medio y no como fin. ¡Qué necesaria es la labor del maestro! Y aún más necesario permearle de esa visión vocacional.
El acompañante vocacional, el maestro, el tutor, el profesor irá descubriendo que debe apostarle a un estilo más personalizado en las aulas, no limitarse a presentar una serie de conocimientos y datos como quien vacía de un recipiente a otro lo que se propone, sino tener la capacidad y paciencia para adaptarse a cada realidad, a cada historia, a cada diamante.
Cuando asumimos que la educación es algo tan importante y algo tan valioso, reconocemos que nuestra región centroamericana ha ido escribiendo una historia, con sus luces y con sus sombras, una historia que grita a voces nuevos capítulos. Por eso propongo que se tomen más en cuenta la labor de nuestras escuelas parroquiales, que buscan, en el contexto de los países en vías de desarrollo, y asumiendo la carga social y psicológica que cada país tiene, el esfuerzo primordial de fomentar los valores para un desarrollo digno de la persona. Nuestras escuelas parroquiales logran generar vínculos solidarios entre jóvenes y la comunidad, logran despertar la creatividad que puede llegar a convertirse en emprendimiento y en desarrollo para las mismas.
Estas escuelas crean hábitos de disciplina y responsabilidad, crean vínculos solidarios sólidos que abonan al desarrollo de una región más eficiente y más equitativa.
Necesitamos escuelas más personalizadas, generadoras de una cultura de paz, artesanas del encuentro, que gozan de salud mental, expertas en sanar heridas; pedagogas, que promueven la empatía, pero también la justicia, que saben de perdón y logran superar los resentimientos y la lucha de clases.
Educando así podremos superar también el populismo que ha reinado en la región, las nuevas generaciones asumirían roles específicos como ciudadanos del cambio y de la transformación. Yo quisiera que nuestras generaciones venideras no sólo fuesen críticas con el sistema reinante del momento, sino también, que fueran constructoras de un futuro mejor, creando las condiciones y contando con las herramientas para lograrlo, asumiendo liderazgos más auténticos, más comprometidos. Ya que el rol de los líderes radica en saber encontrar el punto común, en medio de la rica diversidad de posturas, y comenzar a construir a partir de él.
En este sentido quisiera que la política no nos dividiera tanto; que hubiese apertura al relevo generacional conformado por generaciones más empáticas, que establezcan la educación como el pilar fundamental del Estado salvadoreño y de la región centroamericana.
Como mencioné al inicio, alcanzar todas estas metas, sueños, presentar mi propia visión de educar, sigue representando un reto inminentemente grande, pero tengo fe en que estas inquietudes podrían llegar a convertirse en realidades y ser reconocidos en el futuro como la generación del cambio para la región que viene.