Indiana Ramona Montoya Dompé
Nicaragüense. Educadora e investigadora, emprendiendo desde la comunidad, enfocada en la resiliencia y conciencia ambiental.

Con mucha ilusión, escogí las ultimas hojitas de colores con motivos de El Principito (mi libro favorito) y un lápiz prestado para compartir este artículo. Sé que muchas cosas en el mundo ya están dichas, yo solo soy una gota de agua en el vasto mar, ¿qué puedo aportar y hacer por los que me rodean? Cada crisis impone un reto y de ella nace una oportunidad, estudié medio ambiente, disciplina muy amplia, y me convertí en educadora. Con entusiasmo, he recorrido caminos que jamás pensé transitar; menos el ser profesora de la mejor universidad pública de Nicaragua.

Dios nos ha dado un talento, es un deber aceptarlo y agradecer por las oportunidades de crecer, aunque a veces duela. Todos los días nos encontramos sentados en el borde de la montaña, con miedo de pasar al otro lado, los jóvenes somos así, a diferencia de los niños que se atreven a todo, o como los jóvenes de ayer, que pasaron por escabrosos altibajos: desde la conquista hemos sido vistos diminutivamente. Si visualizamos los destellos del tiempo los conflictos perennes, han dejado profundas rupturas, pobreza y nudos en el corazón de cada centroamericano, que, en los contemporáneos tiempos, poco a poco comienzan a sanar.

No obstante, Centroamérica está presente y más viva que nunca, por nuestra sangre aún corre el gen indígena, vertiginoso y majestuoso, una herencia de legados con voluntad popular y vocación para la paz. Los jóvenes del SXXI vemos un escenario regional progresista, modesto, honesto y democrático, ideas integracionistas actuales que anteceden los próceres centroamericanos Francisco Morazán y Augusto C. Sandino.

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Lejos de las riquezas de petróleo y diamantes, el territorio centroamericano reviste de verde, posee una exuberante naturaleza quien sostienen la actividad económica de las naciones. Sin embargo, este potencial ha sido condicionado por presiones mercantilistas de consumo y enriquecimiento; dejando daños ambientales en los medios de vida que implican una pesada cuota en las poblaciones locales para solventar las necesidades humanas básicas, como la deforestación, contaminación de acuíferos, pérdida de biodiversidad, explotación y degradación de suelos, por mencionar algunos.

El cristal observado refracta problemas vividos en Nicaragua, Centroamérica y el mundo, en ese sentido el punto de partida: sobrevivir cada día utilizando los recursos que la naturaleza ofrenda, es un hecho inevitable y creo firmemente que las cosas mejorarán cuando aprendamos a valorar la tierra y la labor que sobre ella se cosecha:

El estómago manda a los pies, la madre y los hijos en el campo salen a buscar agua a la fuente, el médico sale corriendo a atender una emergencia, el banquero todos los días cuantifica el dinero de sus pérdidas y ganancias. Al final del día, todos llegamos a casa a comer, desde el plato más simple hasta el más gourmet, cada cual según sus posibilidades.

Un solo pensamiento recorre mi mente, mientras compartimos un café, posiblemente esa mujer esté ajustando para comprar el arroz y los frijoles que les pueda dar a sus hijos una vez al día. El campesino es quien cultiva la tierra y es responsable de poner alimento en la mesa de todos, a un alto costo ambiental, económico y social, que lo paga él, su familia y la tierra explotada.

Es doloroso ver ancianos llevando una carga de leña sobre sus hombros, y nace la pregunta ¿dónde están los jóvenes? Existe un éxodo rural que deja vacíos laborales en el campo; en consecuencia, un estancamiento de la producción y un círculo de pobreza que induce perpetuidad. Los jóvenes del campo tienen limitadas oportunidades de profesionalización, deambulan caminos inciertos, y por lo general si estudian, una vez graduados posiblemente no regresan a sus comunidades.

En el campo es más fácil llegar a un niño que a un joven, según Rosseau (1762), las fuerzas del niño se desarrollan más rápidamente que sus necesidades; por ello es ineludible comenzar temprano. Crecer en este contexto es muy duro, el niño desde pequeño es obligado a trabajar, y cuando ya es joven, si no se le inculca una verdadera identidad, difícilmente deseará estar ahí viviendo en duras condiciones.

Más allá de describir todas las visibles causas, se ha perdido el sentido de ser campesino, está subvalorado y estigmatizado. Todo en la vida cambia y evoluciona, pero ¿por qué al campesino se le sigue considerando igual?, ¿por qué se ha quedado estático en el tiempo? Lo vemos hasta en las películas, el centroamericano es el limpiador, es el delincuente, es la empleada doméstica. Una percepción que el mundo debe cambiar porque categóricamente nuestro prototipo revela que somos talentosos y los jóvenes del campo tienen muchos valores y principios arraigados que ofrecer, tienen sueños, ilusiones y en ese sentido, deben evolucionar, recuperar el encanto, sanar la relación y reencuentro con su entorno.

Se ve siempre a las comunidades rurales como puntos para dar ayuda porque son pobres, porque tienen limitaciones, pero y si comenzamos a cambiar esa visión y si ¿dejamos de denigrar y comenzamos a respetar? Dejemos de violentar el talento ¿cómo posicionamos esa cultura propia de que el trabajo de campo pueda heredarse a futuras generaciones, respetando la dignidad de estas poblaciones y la justicia histórica que merecen?

Los jóvenes son cuotas de testimonios honestos, el hogar y la comunidad tienen diversos carismas, quizás ahí se encuentre la causa o razón profunda por la cual la mayoría de los movimientos políticos y sociales, como consecuencia del empleo de modelos desarrollistas, fracasan, convirtiéndolos en una masa de asalariados agrícolas o simples propietarios sin raíces culturales propias. Pero entonces, ¿por qué los jóvenes van como punta de lanza en revueltas populares y luego vemos muchas veces que los abandonan? En un mundo saturado de información, el consumo de los jóvenes es posiblemente tener niveles de vida inalcanzables, irreales.

Es necesario conocer el contexto histórico y la evolución del pensamiento económico, para que se haga un instrumento de análisis importante en el desarrollo de la agricultura en un mundo globalizado. Es ilógico pensar que un joven campesino para graduarse en bachillerato trabaja por $2.15 al día (por debajo de la norma de $4.28); sin embargo, sacrifica el sábado para poder ir a clases, es muy difícil pensar en un futuro cuando el hambre aprieta, obviamente alcanzar el tan deseado desarrollo económico sostenible lo es aún más, no podemos hablar en grande, si no velamos por los pequeños.

La confusión y la mezcla de ideas llevan a una frustración y dejan a un lado el vivir bien, el compartir, el tener alimento y surgir para marcharse a la ciudad a vivir distinto, dejando al campo en manos de los más viejos, que cada vez tienen menos fuerza para hacer producir la tierra. Entonces no hay sucesores, se pierde la herencia de la esencia, se corta el lazo del patrimonio histórico cultural.

Es un círculo cuyo fin es el abandono de la tierra. Debemos pensar en una restauración colectiva desde un llamamiento a los formuladores y ejecutores de proyectos a nivel de la región centroamericana, no soñemos por ellos, basemos las intervenciones en la realidad, y, propósitos individuales y colectivos que los jóvenes puedan tener.

Cada comunidad es peculiar y los que lleguen a involucrarse en ellas deben tener planteamientos y acciones fiables. No solo es llegar con programas de asistencia técnica que se basan en cubrir necesidades, sino en la toma de decisiones propias que contengan orientación prospectiva que impulsen al joven a solucionar problemas a largo plazo.

En una ocasión tuve la oportunidad de conversar con padres de familia, sus rostros morenos, desgastados por el sol y sus manos gruesas me indicaban una vida llena de dureza, me dijeron que los apoyase en una capacitación, que querían aprender sobre los suelos y cómo cultivar. Sin duda, un reto a superar mediante la labor educativa dirigida a crear nuevos espacios que lleguen al campo.

El docente, actúa como puente, contribuye con esmero a estos sectores por vocación y espíritu de solidaridad, implica aplicar principios reflexivos, observados para despertar el interés, la curiosidad, atentos siempre a dos aspectos que considero importantes: la cultura y el sentido de identidad en el campo.

Las revoluciones empiezan en las personas, a doscientos años del Bicentenario de Independencia de Centroamérica las demandas del cambio están vigentes, hay mucha inversión en conocimiento y cada vez, hay que hacerlo más accesible. Debe ser prioridad de los Estados reactivar el sector rural, los jóvenes en estos espacios son la fuerza motriz del desarrollo, se deben proporcionar oportunidades para que estos salgan a llenar todas sus expectativas, ampliar todas sus habilidades, interactuar con el mundo exterior, ver más allá. En un mundo competitivo, la preparación invoca a la práctica en sus tierritas, en sus comunidades, que luego no les quede el pesar de decir en mi finca era feliz.

Recientemente compartí una clase de suelos y agroecología, me encontré con muchos contenidos y eso me ocasionó dificultades metodológicas, me sentía preparada, pero no lista. Realizamos un huerto escolar, a pesar de las dificultades encontré en el corazón de mis amigos, mis estudiantes y los comunitarios un brío de colaboración y queda demostrado que, si juntamos nuestro esfuerzo de manera inteligente, podemos cambiar nuestro entorno, y, si cambia una comunidad, ¿porque no va a cambiar Centroamérica?

La educación en el campo debe centrarse en el amor y valoración por la naturaleza, que las aspiraciones de nuestros jóvenes se traduzcan en ansias de prosperidad, crecimiento personal y colectivo basados en el hacer juntos, una metodología de enseñanza que aproveche los conocimientos en sus propias zonas y una identidad que los magnifique como comunidad productiva.

La pedagogía, tal hada madrina, ha de acompañar y dotar al individuo de herramientas que no solo sean para fijar conocimiento, sino para generarlo. Es una responsabilidad de los países formular y ejecutar temas específicos para este sector que ha sido marginado. Dirigir la atención a la práctica que antecede a la cultura, instrumentalizando la intensidad y duración de los contenidos, porque si no, esto se vuelve superfluo. Es saludable dar un salto de atención prioritaria y sistemática a los elementos de formación intelectual adaptada al individuo en su contexto campesino, despertando en él, un estado de su cultura, exclusivo y predominante de su comunicación con la tierra.

Es imperante inducir al niño, al joven, a que amen el campo y se apropien de este como forma de vida. Estos llegan a la escuela a aprender a leer y escribir, y eso ya supone la primera dificultad, el niño está mal alimentado, un niño malnutrido no rinde, pero al final el niño crece, se convierte en un joven, en un adulto que solo mejoró algunos aspectos de su educación, no de su ser, de su construcción como individuo.

Entonces esto se torna un ciclo interminable porque se repiten los patrones e historias, reciclando el problema mencionado ambiente- educación

-desarrollo económico- ambiente. Es importante ser sencillos en la pedagogía, puesto que el desarrollo que anhelamos para la región Centroamericana debe trazar la mirada a un acercamiento profundo y persistente hacia una educación valorando emociones; en una proyección firme de todas las profesiones, particularmente en el área rural donde se rescaten los saberes ancestrales y se fusionen con métodos de producción basados en el manejo sostenible de los sistemas naturales.

Abrirse camino y prosperar no es tarea de un día y corresponde a los jóvenes de hoy construir un futuro basado en realidades. La educación juega un papel preponderante para el desarrollo del potencial económico, social y ambiental, la convicción inicial ha sido que la educación llegue a todos los rincones con un espíritu altruista y gratuito, dejando de ser exclusiva de las élites. Esta conquista en Nicaragua ha significado equidad para todos, camino que debe replicarse en Centroamérica con programas educativos, que garanticen oportunidades para el empoderamiento juvenil y construcción de proyectos de vida.

Es sabio dejar a un lado lo tradicional y poner en el ruedo un pensamiento que permita neutralizar la migración del campo, facultar programas complementarios: casas comunitarias, pequeñas bibliotecas, ligas del saber, promoción de cultura y deporte, fincas modelo que funcionen como núcleos de enseñanza de buenas prácticas productivas, todo desde el punto de vista de la movilidad regional, nacional e intercomunitaria, porque compartiendo también se aprende.

El cambio amerita ser profundo y dinámico, que elimine los rastros programas estériles que han dejado graves cicatrices en el universo del agro. Se debe renovar y ampliar la Estrategia Centroamericana de Desarrollo Rural Territorial, para impulsar aún más la visión multidimensional y trazar un camino que potencie los avances científicos, tecnológicos y que ayude a incrementar la productividad.

El promover mercados abiertos, justos y dinámicos, expone la posibilidad de dar un salto de un sistema fundamental hacia una economía circular, cambiando los procesos productivos con estándares de calidad requeridos por el consumidor local y regional, guiada hacia la creación de ventajas competitivas, a su vez sustentar la alimentación familiar, con una visión de desarrollo progresivo: que el campesino marque el paso a la transición de su propia transformación de mejorar su práctica productiva, hasta materializarse como empresario.

Lo anteriormente expuesto me da pautas para visualizar a Centroamérica, como un territorio colaborativo, identificados en la hermandad, corazones llenos de hermosas conexiones, enlazados como un Producto Rural Campesino, no discriminado, ni visto como instrumento de trabajo sino empoderado, capaz de transformar la realidad de todos, con una influencia positiva para los medios de vida conscientes de que es importante y honorífico ser campesino.

La historia es movimiento que implica cambios ambientales y sociales, y los jóvenes son el corazón que acompañan este inevitable empuje para Centroamérica. Labrar un mañana resplandeciente, continuar escribiendo la historia sobre un contexto favorecedor lleno de talento humano proactivo, vienen tiempos para defender los espacios que merece la juventud, porque estamos aprendiendo y cada día lo hacemos mejor encaminados a ser y saber, para después hacer y construir basados en el respeto y conocimiento de la naturaleza.

Quizás estas palabras que he compartido hayan sido pensadas por más personas que tengan experiencias similares o que estén en esta trinchera, eso sí, creo que esta es una manera de dar continuidad al legado de los que hoy se expresan a través de mi voz y mis ojos que ven la sonrisa de los niños, que siguen nuestros pasos.

Referencias:

Rosseau, J.-J. (1762). Emilio, ó de la educación. Epulibre.

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