Resiliencia y liderazgo: el relato detrás de una historia de transformación personal

03/08/2022
Yulisa M. Benzán
Dominicana. Economista, Joven Líder y entusiasta de la investigación.

Desde la infancia, específicamente a los 8 años, empecé a definir una visión transformadora sobre mi entorno, con los cimientos de lo que más tarde se concretaría en aptitudes como el liderazgo y el sentido de responsabilidad social; especialmente, al vincularme con organizaciones no gubernamentales (ONG) que trabajan en localidades rurales vulnerables como la mía—Peace Corp. Amigos de las Américas y en especial, Plan International—que, a través de diferentes iniciativas, perseguían un objetivo común: beneficiar a la comunidad a través de la promoción de la participación, el empoderamiento y la autogestión de los comunitarios como autores de su propio proceso de desarrollo económico y social.

Desde esos espacios ejercí el rol de líder en el desarrollo de proyectos orientados a la promoción de los derechos de niños, niñas y adolescentes (NNA), la concientización u orientación sobre los costos del embarazo adolescente, empoderamiento juvenil y creación de capital social en mi pueblo natal, un distrito municipal en la región sur del país, perteneciente a la provincia de San Juan, mi querido “Hato del Padre”.

Comienzo la narración desde mi niñez para contextualizar un poco las razones que propiciaron la oportunidad de escribir estas líneas, ya que, incluso para mí, es un buen ejercicio evaluar cuáles factores fueron decisivos para que siendo apenas una niña asumiera un rol como ente de cambio en un campo de escaso desarrollo socioeconómico.

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Mi hermano mayor, a partir de los 9 años, comenzó a mostrar síntomas de una enfermedad degenerativa en el sistema nervioso. Las restricciones que enfrentaba como niño y el imperante desconocimiento en nuestro pueblo sobre esta condición influenciaron en el desarrollo de mi sensibilidad y empatía sobre las poblaciones y minorías vulnerables, lo que se extendió a otras situaciones de defensa de los derechos de los NNA contra las formas de discriminación, violencia y maltrato infantil que suelen manifestarse, principalmente, en las zonas pobres y aisladas de las ciudades.

La fuente más significativa de capital social que he tenido es la formación en el seno de mi familia, una crianza sustentada en valores y principios alineados con el compromiso hacia la comunidad y el respeto, pero principalmente con la educación como medio de formación integral y única puerta de escape para alcanzar un mayor nivel de calidad de vida, acceder a mejores oportunidades de empleo y contribuir a crear una mejor sociedad. Si bien es cierto que ninguno de mis padres logró un título universitario, ambos estaban conscientes de que solo a través de la educación era posible lograr mi desarrollo y romper el ciclo vicioso de pobreza y difícil acceso a servicios básicos.

Esta realidad es la de muchos jóvenes en América Latina y el Caribe (ALC)— incluyendo los países miembros del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA)— en donde según estimaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), 72 millones vivían en pobreza extrema (11.5%) en 2019.

Mi formación familiar contribuyó al desarrollo de actitud y aptitudes, aquellas denominadas habilidades blandas que han jugado un rol decisivo en la consecución de los objetivos que me he propuesto. Concretamente, Moss & Tilly (2001) se refieren a estas como el conjunto de habilidades, capacidades, y rasgos propios de nuestra personalidad, actitud, y comportamiento más que a nuestro conocimiento; tales como la inteligencia emocional, resiliencia, pensamiento crítico, comunicación asertiva, trabajo en equipo, resolución de problemas, así como la creatividad, el liderazgo y la iniciativa.

De igual forma, también influenció la exposición que siempre he tenido en diversos espacios de participación y la interacción con personas de múltiples cohortes; desde el papel ejercido en mi comunidad hasta el papel de liderazgo en mi alma máter, la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), donde ocupé la presidencia del Comité de Estudiantes de Economía (CEEC), la posición estudiantil de mayor influencia y responsabilidad en la Escuela de Economía.

Desde mi experiencia, me atrevería a afirmar que, entre las habilidades blandas antes citadas, el desarrollo de liderazgo, resiliencia y pensamiento crítico —sin el ánimo de dejar de lado a las demás— resultan imprescindibles para la conquista de los sueños y el empoderamiento de los jóvenes centroamericanos como población mayoritaria en beneficio de construir la región que viene. La responsabilidad de desarrollarlas no solo recae sobre la población joven de la región y sus hogares, sino que estas deben contemplarse como parte del currículo educativo ya que, así como la literatura sugiere que, además de prepararnos para desafíos cada vez más complejos y cambiantes, también promueven valores entre los estudiantes que los transforman en mejores ciudadanos (James & James, 2004).

En general, estos han sido los factores que valoro como decisivos en mi interés de entender la problemática social y participar en iniciativas para abordarla desde temprana edad. A medida que fui entrando en la adolescencia me volví cada vez más inquieta, curiosa y crítica. Irónicamente, las respuestas que buscaba siempre estuvieron vinculadas a la realidad que vivía en el ambiente rural, específicamente en torno a las barreras que mermaban las posibilidades de acceso a una mejor calidad de vida, me imagino que no lograba entender, entre otras cosas, el origen de las diferencias socioeconómicas existentes.

Algunas de las preguntas que ocupaban mis pensamientos eran: ¿Por qué hay gente muy pobre? ¿Por qué hay niños que pasan hambre o andan descalzos? ¿Por qué mi hermanito, dada su enfermedad congénita, no tiene acceso a una atención y educación especial? ¿Por qué regularmente los agricultores de mi campo cubren precariamente sus necesidades básicas? ¿Por qué hay jóvenes sin ninguna ocupación o sin estudiar? ¿Por qué hay niñas y adolescentes que se casan o se embarazan a temprana edad? ¿Por qué los jóvenes emigran a la capital tras terminar sus estudios o incluso al desertar?

Eventualmente, construí hipótesis que aspiraban a responder estas incógnitas al tiempo que me involucraba en más trabajos para la comunidad. Logré expandir la visión del entorno socioeconómico en el que había crecido y cuestionarme más conscientemente, después de representar por primera vez a República Dominicana como Vocera de las Américas en la 59ª sesión de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (CSW, por sus siglas en inglés) y tras haber leído un libro acerca de principios básicos de economía que despertaría el interés en ser economista. Consideré que el ejercicio de esta carrera podría prepararme para contribuir al desarrollo social y económico de mi país, ya sea en el diseño, implementación o evaluación de las políticas públicas o desde otro rol vinculado.

Las referidas hipótesis incitaron, en última instancia, a que considerara la opción de emigrar del campo hacia “la capital” tan pronto terminara el ciclo secundario en la escuela pública de mi comunidad, en junio de 2016. Con toda seguridad el reto principal era dejar el seno de mi familia en condiciones económicas difíciles, pero especialmente por la condición de salud de mi hermano mayor y de mi madre, quien desde el 2010 estaba en pie de lucha contra el cáncer de mama. Perdí físicamente a mi hermano y mi madre durante el segundo y tercer año de la carrera universitaria, respectivamente.

Si bien este suceso familiar constituye una experiencia muy personal, aprovecho para alentar a aquellos jóvenes que persiguen sus sueños y sufren pérdidas trascendentales como estas a no detenerse y reinventar su propósito en el camino. Hagan valer cada instante de sacrificio y honren con el ejemplo a quienes nos dejan físicamente, pero siguen presentes en nuestro corazón.

Mi familia no contaba con los recursos necesarios para costearme la vida en la ciudad —comida, vivienda, transporte, compra de libros, etcétera—, dada la carga económica de los problemas de salud de mi madre y mi hermano y las fuentes limitadas de ingreso; sin embargo, sí hubo recursos para cubrir con moderado esfuerzo lo que implicaba estudiar en la universidad pública de la provincia. Como es de esperarse, aunque el deseo de mis padres era que pudiese irme hacia la ciudad a estudiar Economía —hasta ahora no disponible en la oferta curricular de la provincia—, vencían las limitaciones económicas, el entorno me obligaba a considerar permanecer en la provincia y estudiar “Educación” (Magisterio) debido a la percepción de seguridad y estabilidad económica que tienen quienes la ejercen, dado el menor coste de vida que regularmente se tiene fuera de la ciudad. No obstante, esto significaba ejercer una profesión sin vocación y a partir de una valoración errada de lo que verdaderamente debe evaluarse en la selección de una profesión, y consiguientemente lo que nos mueve a su ejercicio. A estos desafíos se agregaba el de prescindir de la identidad social y cultural que había construido en mi comunidad, y sobre todo el de abandonar el rol de líder activa que había asumido durante casi diez años, para empezar a jugar un rol pasivo.

Evidentemente, en este contexto pagarme los estudios en una universidad privada no constituía siquiera una opción. Sin embargo, en vista de que estaba interesada en matricularme en una universidad reconocida en el área de estudio con intención de recibir una educación de primera calidad que me permitiera incursionar más fácilmente al mercado laboral, empecé a aplicar a los programas de becas disponibles y a identificar oportunidades de financiamiento educativo como alternativa de última instancia. Como consecuencia de este proceso, identifiqué oportunidades existentes de acceso a becas universitarias— tanto de iniciativa pública como privada— y a crédito educativo que ofrecen algunas instituciones bancarias o especializadas en este tipo de servicio; pese al alto grado de desconocimiento y poca promoción que se les da a nivel provincial, donde paradójicamente residen quienes más lo necesitan.

Tras meses de espera, desafortunadamente no resulté beneficiada de las becas a las que había aplicado; no obstante, tomé la decisión de acceder al programa Crédito Educativo a la Excelencia Estudiantil que me ofreció la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), tras evaluar mi perfil académico y económico. Al mismo tiempo, logré disipar este compromiso financiero gracias a media beca que obtuve con la Fundación Ml. De Js. Tavares Portes que empatizó con mi causa a partir del primer año universitario. Así pues, al trasladarme recibí el apoyo de familiares y allegados que me abrieron las puertas de sus hogares y me asistieron económicamente durante los primeros dos años de la carrera. Al poco tiempo, obtuve mi primer empleo en la cafetería de la universidad y unos pocos meses después en mi campo de estudio, lo que permitió iniciar una etapa de constante aprendizaje y crecimiento profesional, decidida a seguir preparándome y educándome para redefinir los precedentes propios de mis orígenes familiares y sociales.

Con respecto a la experiencia universitaria, debo confesar que el primer año fue significativamente difícil dada la necesidad de adaptarme a un entorno totalmente distinto y algunas lagunas académicas que arrastraba desde la escuela; las que, a mi juicio, responden a una malla curricular en el sistema de educación público, tanto a nivel primario como secundario, que no responde a las competencias exigidas a nivel superior y a un deficiente personal docente. Superado esos obstáculos y hasta finalizar los estudios de grado, fui reconocida dentro de la Facultad y el Decanato de Estudiantes por el desempeño académico y el liderazgo demostrado.

Hoy puedo afirmar que, sin duda alguna, tomé los riesgos acertados para el cumplimiento viable de mis proyectos profesionales y laborales gracias al desarrollo personal que he logrado potenciar en los últimos 4 años, aun con vicisitudes familiares que han servido de ejercicio de resiliencia. En definitiva, esta es parte de la historia que me pertenece y de forma similar, o menos esperanzadora, a innumerables jóvenes de nuestra región que han alzado un vuelo cargado de expectativas y metas hacia la capital del país en búsqueda de las oportunidades —académicas, laborales o de negocios— que generalmente resultan ínfimas en las zonas rurales y provincias.

Así, después de este trayecto de la adolescencia a la adultez, del campo a la ciudad, de la escuela a la universidad y de la universidad al mercado laboral, con obstáculos, pero muchas oportunidades para aprender, soy economista. Consecuentemente, como profesional de las ciencias sociales y en retrospectiva, muchas de las observaciones y lecciones tomadas del contexto que les he descrito me permiten destacar aspectos transversales a la vida de casi todos los jóvenes que tuvieron la suerte de nacer y desarrollarse en comunidades rurales.

Los planes de vida de estos jóvenes que viven en condiciones precarias, y con quienes comparto mis orígenes, están fuertemente condicionados y principalmente por problemáticas tradicionales, teniendo mayor incidencia desde mi experiencia las siguientes: (a) riesgo de embarazo adolescente,

(b) asimetrías de información relativa a programas públicos y privados de financiamiento de estudios superiores y técnicos, (c) el círculo vicioso de experiencia-primer empleo.

En particular, quiero referirme a la necesidad apremiante de reducir el embarazo adolescente ya que, si evalúo la realidad que se vive en mi comunidad y en particular, la de mis compañeras de estudio en mi pueblo natal, me atrevería afirmar que aproximadamente por cada 15 jóvenes en el aula, al menos 10 estuvieron embarazadas y/o fueron madres antes de los 19 años. Un suceso como este en la vida de una joven adolescente va más allá de una problemática de salud, indistintamente del contexto, define gran parte de su camino hacia el logro de sus aspiraciones y metas, terminando generalmente como un factor asolador de las probabilidades de progreso, que ya de por sí son limitadas en los entornos rurales. Se traduce en menos probabilidades de concluir el ciclo educativo, altos riesgos de acceder a empleos informales y reincidir en el ciclo de pobreza; sin mencionar cómo estos factores perjudican la superación social y económica de sus hijos y que las complicaciones derivadas de este son la segunda causa de muerte entre las adolescentes entre 15-19 años a nivel mundial (Organización Mundial de la Salud (OMS), 2020).

Indiscutiblemente, esto no es una sorpresa en el contexto de América Latina y el Caribe que presenta la segunda tasa más alta de fecundidad en adolescentes con edades comprendidas entre 15-19 años en el mundo—equivalente a aproximadamente 16 millones de adolescentes, sin contemplar alrededor de 2 millones de adolescentes menores de 15 años durante el periodo 2010-2015—, superada solo por las cifras registradas en África Subsahariana. Al analizar estas cifras en el contexto de Centroamérica y el Caribe, las cifras se aproximan a 100 embarazos por cada 1,000 adolescentes en igual edades (OPS/OMS, UNICEF & UNFPA, 2016).

En las zonas rurales de mi país, que registra las cifras más alarmantes en Centroamérica, resulta más deprimente debido a las desfavorables condiciones económicas, escasas oportunidades de educación, reducido acceso a métodos anticonceptivos y educación sexual, y en particular, la posición cultural dominante que prima de la maternidad sobre la superación personal como médula de valoración social. Una evidencia de estas significativas brechas de desarrollo es que la tasa de pobreza en las áreas rurales es aproximadamente 20 puntos porcentuales más elevada que en las áreas urbanas (CEPAL, 2018).

Consecuentemente, es necesario que en la región se tomen acciones dirigidas a áreas fundamentales para atacar el embarazo adolescente (OPS/OMS, UNICEF & UNFPA, 2016;)

  1. aumentar la visibilidad del embarazo en la adolescencia, sus factores de riesgo y secuelas en los grupos y zonas geográficas más vulnerables, ya sea a través de políticas de intervención de eficacia demostrada en otros países y/o desarrollo de experimentos sociales que podrían incluir aplicaciones de economía del comportamiento.
  2. incorporar educación sexual en el currículo de educación primaria y secundaria, y elaborar material educativo sobre anticoncepción dirigido a jóvenes adolescentes de 11-19 años de edad y sus padres (campañas educativas, difusión masiva de estadísticas e historias reales a través de redes sociales, clubes de padres formados en salud sexual y reproductiva, promotores comunitarios de sexualidad etc.),
  3. desarrollar estrategias eficaces de formación dirigidas a empoderar, desde la perspectiva de género y nueva masculinidad, el desarrollo de habilidades blandas y un entorno saludable para la igualdad en derechos sexuales y reproductivos en jóvenes adolescentes.

Más ampliamente, para poder vislumbrar la región que viene y merecemos los centroamericanos, se deben seguir afrontando los retos presentes sin descuidar la visión a futuro que permita a nuestros países estar aptos ante los retos emergentes. A continuación, enfatizo algunas acciones orientadas al logro de esto:

  • Priorizar la recuperación económica y social ante el terrible impacto de la crisis sanitaria que ha provocado el COVID-19, siendo nuestros países significativamente los más afectados en conjugación a otras dolencias.
  • Mejorar la calidad del gasto social para la promoción del capital humano, reducción de la pobreza y las desigualdades sociales.
  • Elevar los niveles de institucionalidad y confianza de los ciudadanos en el sistema judicial, la instituciones públicas y principales autoridades políticas.
  • Reducir los niveles de informalidad laboral que atenta en prejuicio de la seguridad social y calidad de vida de los más pobres.
  • Articular políticas trasversales orientadas a contrarrestar los efectos adversos del cambio climático de forma efectiva y eficiente.

Cabe señalar que las problemáticas anteriormente mencionadas han sido ampliamente discutidas en la literatura de desarrollo local, por lo que la situación actual requiere pasar del diagnóstico a las políticas y a la ampliación de las iniciativas promovidas por las ONG, las cuales sirvieron para que personas como yo canalizaran sus inquietudes y terminaran navegando en la vida, los riesgos presentes en el proceso de desarrollo personal.

Muchos proyectos personales son frustrados o atrasados por la materialización de estos riesgos, inclusive debido a la falta de “habilidades blandas” o a reacción tardía ante las circunstancias cambiantes. Finalmente, estoy segura de que la región que viene tendrá muchos casos de jóvenes exitosos que rompan con paradigmas, pero también estoy convencida que aquellos que recorrimos el camino, podemos a través de un relato, pero principalmente a través de la acción responsable y el liderazgo desarrollado, promover el mensaje de resiliencia, de mejores políticas públicas, en fin, de esperanza y apuesta de que todo esfuerzo tiene su recompensa.

Referencias:

Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). (2019).

Panorama Social de América Latina 2019. CEPAL.

Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) . (2018).

Panorama Social de América Latina 2018. CEPAL.

James, R. L., & James, M. L. (2004). Teaching career and technical skills in a “mini” bussines world (Vol. 59). Bussines Education Forum.

Moss, P., & Tilly, C. (2001). Stories Employers Tell: Race, Skill, and Hiring in America. Russel Sage Foundation.

Organización Panamericana de la Salud/Organización Mundial de la Salud (OPS/OMS), Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). (2016). Acelerar el progreso hacia la reducción del embarazo en la adolescencia en América Latina y el Caribe. Washington, D.C., EE. UU.

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