Decía Eduardo Galeano, “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Mi nombre es Gabriel, nací en el país más pequeño de Centroamérica en 1997, y aunque nací en tiempos de paz, refiriéndome a la cruel guerra civil que El Salvador, tuve que conocer y vivir desde muy pequeño una difícil realidad para luego comprender que debía hacer algo por mi país.
Hasta la fecha aún recuerdo la primera vez que mi madre me llevó a conocer el mundo real. Fui criado por un padre pescador y una madre vendedora ambulante, en una casa muy humilde, en una comunidad marginada cerca de los manglares, donde la salinidad siempre era densa, era uno de aquellos cantones, como se les llamaba en El Salvador, que casi nadie conocía, quizá porque es muy difícil el acceso o porque la energía eléctrica aún no había iluminado la comunidad. Por las mañanas, jugaba en casa con las redes que mi padre reparaba para ir al viaje, como él decía, y por las tardes, esperaba a mi madre muy ansioso porque venía del mercado y esperaba la fruta que me traía, pero no siempre lo podía hacer porque a veces ella no vendía; todavía recuerdo su mirada de tristeza cuando no llevaba nada a casa; pero también su miraba de júbilo cuando los cangrejos y pescados habían sido vendidos. Desde pequeño conocí la pobreza y entendí que a veces los padres, por amor, disfrazan la realidad y lo hacen ver como que todo está bien. Nunca nos faltó la comida, pero nunca nos aseguramos a qué costo, hasta el día que mi madre me llevó a conocer el mundo real.
Tenía 6 años, cuando mi madre me dijo: “Te levantas a las cuatro porque mañana vas a ir conmigo al mercado”. No recuerdo por qué lo dijo, quizá porque no había quién me cuidara ese día; en fin, estuve emocionado porque iba a conocer el mercado donde mi madre trabajaba. La noche anterior me imaginé cómo sería ese lugar con grandes edificios, calles limpias, gente muy bien vestida, personas felices, un lugar lleno de alegría, incluso imaginé ir viendo por la ventana del autobús encantadores paisajes; sin embargo, para mi sorpresa, nada resultó como esperaba.
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Eran como las 11 de la mañana aproximadamente, estaba sentado en una caja de tomates, desesperado y fatigado por el arduo calor que emanaba de las láminas oxidadas del techo. Veía a mi madre preocupada porque no había vendido casi nada, y en los alrededores, se evidenciaba la ansiedad y la intranquilidad en los rostros de las personas, quizá por el estrés ocasionado por el ruido o la suciedad. Volví a casa en un autobús lleno de personas, donde el aire casi no circulaba. De esta manera, a temprana edad, este evento me hizo ver una difícil realidad para muchos y me dio la bienvenida a El Salvador, un país que me ha adoptado todo este tiempo, que me ha visto crecer y que con sus virtudes y defectos es un país que amo.
Cuando estaba por cumplir los 15 años, como era la costumbre en muchas familias salvadoreñas, tuvieron que enseñarme a viajar en autobús. Al inicio, mi hermana me acompañaba a mis clases de inglés en la capital, de ella aprendí cosas muy vitales para una experiencia segura del viaje. Al principio me parecía una experiencia bastante divertida y entretenida por lo bueno que ofrecía la ciudad porque era lo que imagina desde niño. Luego de 6 meses de viajes acompañado, llegó el día en el cual tenía que demostrarle a mi familia que ya estaba grande y que podía viajar solo en autobús, pero ese día me perdí.
“La ruta 26 es la que te lleva al centro” me insistió mi hermana; no obstante, tomé la 29 y esta me llevó a un lugar totalmente desconocido, era el mismo San Salvador, pero estaba en la zona prohibida, en la que nunca tuve que haber estado. No podía creer lo estaba viendo, no me preocupó la delincuencia en absoluto; pero recuerdo ese momento como la misma sorpresa que sentí de niño cuando conocí por primera vez el mercado. En ese lugar, pude observar gente comiendo en el basurero, gente muy necesitaba, ancianos y niños durmiendo en la calle, madres indigentes con bebés en los brazos, y la lista continúa. Llegué a casa luego de preguntarle a un taxista cómo, y en ese momento pensé que era hora de hacer algo.
De esta manera comencé a actuar. En mi comunidad coloqué un anuncio que decía “Te invito a formar parte de un grupo de jóvenes para ayudar al necesitado, te espero este miércoles a las 7 de la noche en la casa de las monjitas” (muy amable las hermanas María de Jesús y Sor Berni por prestarnos la casa de oración para nuestras reuniones). Les dije a mis amigos, los invité por Facebook y WhatsApp. Llegó el día, llegué temprano para acomodar las sillas para los invitados. Realmente estaba muy nervioso por el temor a que nadie llegará, pero para sorpresa mía, mis amigos y otros jóvenes que no conocía llegaron. Estaba muy feliz porque había como 30 en una casa de 5 metros cuadrados y aunque estábamos todos apretados había mucha alegría y mucho entusiasmo por ser parte de la iniciativa.
Allí conocí a fondo a tres amigos los cuales serían mis compañeros de aventura y con los que tuve el placer de disfrutar la experiencia de servir; ellos son Luis, Armando y Linda. Nos hicimos llamar el “TeamCarifud”, Cari por caridad y fud por comida, aunque no se escriba así. Nuestra misión como equipo era recolectar alimentos para los necesitados, pensé que una identidad como equipo era importante para mantener el compromiso con los objetivos, por eso diseñé una camiseta azul con nuestras insignias y las personas nos empezaron a identificar con ella; aunque algunos nos llamaban “los pitufos” por el tono azul; otros, nos conocían como “los buyistos” por el ruido que hacíamos en la plaza cuando organizábamos las ventas de pulgas para recolectar el dinero que nos permitía comprar alimentos.
Otros nos conocían como “los de la rifa de la parroquia”; lugar donde íbamos a vender números los días domingo cuando las personas llegaban a misa. Era increíble, porque a veces solo en dos horas recolectábamos más de 100 dólares; pero eran aún más increíble ver la satisfacción en los rostros de las personas que recibían nuestros alimentos. La satisfacción de servir a otros es una de las experiencias más especiales que he podido vivir.
A medida que fui creciendo aprendí nuevas experiencias que me ayudaron a tener una visión más amplia del problema de la pobreza; es decir, una reflexión que me ayudó a comprender por qué existía pobreza, e hice una lista de esos elementos que consideraba debían ser atendidos. En ese momento, me apoyé con la Infanto Juvenil, una comunidad de jóvenes católicos a la cual le debo mucho en mi formación integral como ser humano. A ellos les expuse nuevas iniciativas, más estructuradas y con mayor impacto social que atendían los elementos que había enlistado anteriormente. De esta manera, empezamos a trabajar con comunidades de nuestro municipio, un lugar de 20,405 habitantes y con problemas por atender la violencia y el crimen organizado, que atentaban contra la dignidad de los mismos habitantes y en especial de niños y jóvenes que eran presas fáciles para integrarse como nuevos miembros de una red criminal que para el 2015 era casi imposible de detener.
Aprovechamos cada momento con nuestros jóvenes miembros que eran como 100 para mantenerlos en el camino correcto; a través de una formación espiritual y una formación integral humana para atender los problemas que nuestros jóvenes se enfrentaban en sus comunidades, en sus familias o con ellos mismos. A ellos les hicimos ver que eran el medio de una divulgación de nuevos jóvenes con dignidad y con visión de futuro.
Logramos un buen resultado con ellos; sin embargo, la violencia seguía, los asesinatos eran noticias que no sorprendían en el municipio, empezamos entonces a planificar nuevas actividades y una de ellas tuvo un gran impacto porque dio cabida a una oportunidad para hacer de nuestro municipio un lugar de libre tránsito entre comunidades, ya que las pandillas y con su control de territorio impedían el acceso a personas no residentes de sus “barrios controlados”.
Esa actividad la nombramos como #LaHerraduraBikeTour, muchas personas solo la vieron como una actividad deportiva; sin embargo, nosotros sabíamos que esa era la oportunidad para fomentar un municipio libre entre los habitantes. En conjunto con las autoridades, empezamos a derribar esas fronteras, llevamos a muchos ciclistas jóvenes, adultos, niños, familias y ancianos a zonas donde nunca antes habían entrado a pesar de que quedan a la vuelta de la esquina.
Gracias a nuestro trabajo, al buen actuar de nuestras autoridades, demás instituciones y de los mismos habitantes llegamos a fomentar y a tener un
municipio libre de violencia. A nosotros nunca se nos premió, nunca se nos reconoció, nunca estuvimos en las portadas de medios, porque a nosotros no nos interesó, siempre estuvimos detrás de cámara trabajando en iniciativas con un gran compromiso porque sabíamos que estábamos transformando con pequeñas iniciativas un municipio y siendo partícipes del cambio de un país y una región llamada Centroamérica.
En una ocasión, con mis amigos, visitamos una pequeña comunidad a las orillas del estero, por los manglares, donde se encontraba mi antiguo hogar. Fue para una inundación a causa de las lluvias, llegamos con ropa y alimentos para las familias que habían sido afectadas, recuerdo especialmente a una muy pequeña familia que habitaba en una casa construida con palitos muy delgados que dejaba ver la humilde intimidad del hogar; para llegar tuvimos que subir una pequeña borda que protegía la vivienda del agua salada.
Cuando llegamos y alguien salió me quedé sin palabras. ¡Dios mío era una niña y estaba embarazada! Llegué a casa y no dejaba de pensar en ella, algo se está haciendo mal pensé. Luego, llegué a la conclusión de que en este país convenía apostarle más a la educación para prevenir la proliferación de la cruel y difícil pobreza multidimensional. Tenía en mente hacer algo por la educación hasta que se dio la oportunidad en el 2020.
Para inicios de la cuarentena a causa de la pandemia de la COVID-19 uno de los sectores que más fue afectado, según un reporte publicado por la Organización de las Naciones Unidas, fue el sistema educativo que tenía que adaptarse a una nueva modalidad que evidenció los graves problemas que tenemos como país y región. Quise iniciar aportando personalmente mi granito de ayuda, ofrecí mis conocimientos universitarios dando tutorías a través de redes sociales sobre matemática, informática y física; la demanda fue tan alta que pedí ayuda a dos amigas, Jenny e Iliana, y así emprender un proyecto a mayor escala que llamamos Tutores El Salvador.
Empezamos danto tutorías académicas a muchos estudiantes de escuelas públicas, con jóvenes voluntarios que fuimos captando a través de anuncios en redes sociales. Luego, empezamos a definirnos como un movimiento que trabaja por la democratización del conocimiento a través de metodologías colaborativas y el uso de herramientas digitales. Actualmente, estamos trabajando con otras organizaciones ejecutando proyectos de formación y además, estamos desarrollando nuevas plataformas digitales de acompañamiento estudiantil para el beneficio de nuestro sistema educativo.
Solo necesitamos una “iniciativa” para cambiar el mundo. La RAE define esta palabra como dar el principio a algo, nosotros los jóvenes somos el principio y el algo es una nueva comunidad, un nuevo país o una nueva región que debe ser atendida.
Nuestra región, entonces podría enfrentarse a distintos escenarios políticos, sociales, económicos, ambientales y de integración, temas que son agenda pública pero si se desea presentar objetivamente una visión de futuro sobre esta agenda para los siguientes 20 años, es necesario analizar y comprender las coyunturas que rigen el presente, se trata entonces de problemas que nos son adversos a las realidades de los países miembros de la región y que es de suma importancia darle un tratamiento adecuado para evitar sus consecuencias negativas en un futuro.
Las instituciones democráticas en El Salvador, como en la mayoría de los países de la región, siguen siendo frágiles, se trata de instituciones políticas ligadas a intereses de pequeños grupos, que cumplen mal la función de representación y de intereses colectivos, añadiendo el fenómeno populista que también sigue siendo una amenaza real para nuestras democracias.
La región, entonces, solo podrá ser estable democráticamente cuando exista un espacio donde se consuman los valores y principios coherentes afines a la democracia como la libertad, el pluralismo y la justicia social que son clave en la prosperidad de cada nación, respaldado por una sociedad civil activa y crítica ante la realidad de cada país centroamericano.
La Secretaría de Integración Económica Centroamericana (SIECA) junto a la Secretaría Ejecutiva del Consejo Monetario Centroamericano (SE-CMCA) proyectan un posible escenario con una drástica caída de la economía centroamericana que podría llegar hasta al 6.9 % del Producto Interno Bruto (PIB). Según estas estimaciones los efectos de la pandemia del COVID-19, en 2020, causaría una ralentización de la economía en los próximos años, es por ello que debe haber una agenda regional con un plan de desarrollo económico más integral y emancipado.
Nuestra región debe empezar a trabajar en fortalecer la economía a través de una integración más auténtica en donde cada una de las partes salga beneficiada, esta visión de integración abarca un tratamiento vinculado a problemas comunes, mediante la ejecución de acciones viables y de políticas públicas que relacionen diplomáticamente cada uno de los países de la región.
Centroamérica es tierra de oportunidades, pero también es una región muy vulnerable. Existen muchos peligros que pueden debilitarnos, entre ellos los desastres naturales como los evidenciados en 2020 con el huracán ETA e IOTA. Somos un territorio que abarca solo el 1% de la superficie terrestre pero que posee el 12% de toda la biodiversidad mundial agregando a ello, altos índices de urbanización no planificada junto con la degradación del ecosistema que aumenta la vulnerabilidad frente a los desastres naturales como huracanes, inundaciones, deslizamientos y sequias.
Según un informe presentado por las Naciones Unidas (ONU, 2019), la población en Centroamérica habrá pasado de 61,188 millones habitantes en 2020 a una población de 75,573 millones habitantes para el 2040, según estas proyecciones la población habrá crecido en 20 años un 23.5% aumentado las cifras de inequidad y de acceso a un aprovechamiento territorial adecuado, gracias a esta nueva demanda demográfica conllevaría a los países de la región a delimitar un poco más las fronteras entre lo urbano y lo natural, debilitando nuestros ecosistemas que son escudos naturales ante los desastres naturales, es por estas razones que el tema ambiental debe ser también prioridad en la agenda pública regional, porque si seguimos con la indiferencia en el presente ante esta problemática no podremos cuantificar las consecuencias negativas en un futuro que podría ser no muy alentador.
Definitivamente creo que podemos cambiar a través de la ejecución de pequeñas iniciativas que aporten a la solución de los problemas que vivimos cada día en la sociedad, porque solo así veremos un cambio real, proyectándonos en conjunto con los demás países hermanos a una región más resiliente y llena de oportunidades. Entonces, nosotros los jóvenes que representamos casi el 35% de la población centroamericana debemos preguntarnos ¿Qué iniciativas haremos para cambiar y mejorar nuestras naciones?